A la manifestación del Onze de Setembre acudió mucha gente, muchísima, aunque menos que otras veces. Las dos cosas son ciertas. Como confesaron los organizadores, esta era la convocatoria más difícil desde que, en el 2012, empezaron las grandes manifestaciones con motivo de la Diada Nacional. El ambiente era más silencioso, más calmo, menos burbujeante y festivo que los otros años. Siempre resulta un ejercicio temerario intentar evaluar el espíritu colectivo, pero diría que en el ambiente flotaban decepción, tristeza y enojo. Y también determinación, tozudez, sentido de la dignidad y firme lealtad a unos ideales.
La manifestación llegaba en un tiempo suspendido, como entre paréntesis. Tras dos años de desconcierto, desavenencias y persecución, el movimiento político y cívico independentista debe afrontar, dentro de muy poco, la sentencia del Tribunal Supremo a los líderes del ‘procés’, sentencia que se teme dura, incluso muy dura. Y eso, pese a que todo el mundo sabe que la declaración de independencia fue simbólica y que no hubo nunca violencia. No se acabarán aquí las sentencias, hay otras causas abiertas por lo sucedido en el 2017 y cientos de afectados.
Ante la inminente sentencia del Supremo, que, por otra parte, sentará jurisprudencia y afectará a los derechos y libertades de todos los españoles, la gran pregunta es qué hacer. El independentismo sabe que debe mostrarse un rotundo rechazo, pero, en cambio, nadie parece saber exactamente cómo hacerlo.
Lo alarmante es que restan muy pocos días, escasas semanas. Y estaría bien no improvisar. Ni confiarlo todo al misterioso Tsunami Democràtic o a los CDR. Además, mientras unos piensan en protestar contra la sentencia, otros quieren además forzar al Gobierno español a retomar el diálogo, algo que Pedro Sánchez intenta e intentará evitar como sea. Unos terceros, como el ‘president’, Quim Torra, sueñan con aprovechar el trampolín para lanzarse de cabeza hacia la independencia.
ERC, por su parte, ha propuesto un Govern de concentración y/o elecciones. Solo es una carta a los Reyes Magos: los potenciales nuevos socios no quieren entrar en el Govern y llamar a las urnas solo puede hacerlo Torra, que no está por la labor.
Los reproches
En la manifestación del miércoles se cargó una y otra vez contra los políticos y los partidos independentistas (mientras se obviaron los errores de Òmnium y, sobre todo, de la Assemblea Nacional Catalana de Elisenda Paluzie). A los políticos se les reprocha la falta de unidad, las discrepancias y los constantes roces entre los unos, los otros y los de más allá. También que no exista un plan, una estrategia acordada, la que sea, para avanzar hacia la independencia.
Sin embargo, si uno lo piensa, que haya desencuentros es ahora, en este tiempo suspendido, como antes lo llamábamos, hasta cierto punto lógico. Todos -menos algunos, como al parecer el ‘president’ Torra- saben que una nueva ofensiva por la independencia solo puede llegar, si llega, a medio o largo plazo. Eso lleva a los diferentes partidos y facciones independentistas a centrarse en lo más inmediato, es decir, en la lucha por ganar terreno político-electoral.
Si duda la protesta contra la sentencia va a ser multitudinaria, masiva, extraordinaria. Llegará hasta el último independentista y se extenderá bastante más, pues son muchos los ciudadanos contrarios a la independencia que rechazan la agresiva ofensiva judicial. Se producirá un momento de unión, de hermanamiento incluso. Lo que está por ver es si esa unión contra el Supremo se proyectará más allá y acabará materializándose al fin en una estrategia de futuro inteligente, que, por ejemplo, no obvie cuál es la verdadera relación de fuerzas.