No hace mucho que hemos dejado atrás los recordatorios y celebraciones por la caída del muro de Berlín, ocurrida en noviembre de 1989. Un muro, quizá haya que recordarlo, que no era de protección o defensa. No para disuadir a intrusos o enemigos, sino para impedir que la gente que vivía en el lado este, millones y millones de personas, pudieran huir de una inmensa prisión. Es decir, de la dictadura soviética y la constelación de países sometidos a su bota.
Su construcción en 1961 constituyó una evidencia del fracaso del experimento comunista. Un imperio que levanta una muralla para encerrar a sus ciudadanos, para impedirles ir en búsqueda de una vida mejor, está destinado a la derrota.
La caída del muro fue el símbolo que los Estados Unidos habían ganado la guerra fría. A partir de entonces, se aventuró, la fórmula basada en el binomio formado por democracia y mercado (con mayor o menor estado del bienestar) no tendría nada que la pudiera detener e iría extendiéndose por todo el globo. La dialéctica que había tensado el mundo desde la segunda guerra mundial había dejado de funcionar, había cesado. Habíamos llegado al final de la Historia, por decirlo como lo dijo Francis Fukuyama en 1992. Pronto el yihadismo nos revelaría amargamente que lo que venía no eran los imaginados tiempos de paz, libertad y prosperidad.
Tanto antes -cuando forcejeaban con la Unión Soviética- como después de 1989, los Estados Unidos habían mantenido la firme voluntad de influir en el mundo, en todos los campos. Las críticas por el poder ejercido, en especial a partir de los años sesenta, fueron continuadas. Los EEUU son imperialistas, se repetía acusadoramente. Lo son en el terreno político, el militar, el económico y comercial, el científico, el cultural, el mediático, etcétera, se añadía con vehemencia. Parte de estas críticas formaban parte del combate ideológico, otros respondían perfectamente a la verdad. Por definición, un imperio, especialmente cuando se enfrenta a otro, se comporta como un imperio. Está en su naturaleza y se puede hacer poco para evitarlo.
El plan de aislamiento
En los últimos años, sin embargo, las cosas han cambiado mucho. En Europa y en EE. UU. En Europa, con la crisis del proyecto europeo, la expansión de partidos de extrema derecha y la crisis del ‘brexit’. En Estados Unidos, con la elección de Donald Trump.
Quien es considerado el hombre más poderoso del mundo ha resultado ser un revolucionario y ha elegido, como hacen los revolucionarios, subvertir la historia, despojando de sentido la política que EEUU había estado desarrollando tradicionalmente. Trump es, y perdonen, un antimperialista. No quiere, a diferencia de los ‘neocon’, por ejemplo, exportar o imponer su modelo de sociedad al resto del mundo.
Donald Trump está rompiendo con la apertura al exterior característica de las democracias liberales. EEUU se está replegando entre sus fronteras. La dureza aplicada contra los inmigrantes, la quiebra del Acuerdo de París contra el cambio climático, el cuestionamiento permanente de la OTAN, la retirada de tropas de Siria y el boicot al comercio internacional son solo algunos ejemplos.
En cuanto al modelo de sociedad, no es solo que Trump renuncie a exportar o, al menos, favorecer la implantación de regímenes políticos basados en los valores democráticos y los derechos humanos, es que sus principales amigos son algunos de los peores autócratas del mundo. Al mismo tiempo, no deja de censurar a sus tradicionales aliados europeos y alienta el disparate del ‘brexit’ sin miramientos.
El eslogan más exitoso de la campaña del ‘brexit’, creado por ese tipo listísimo y peligroso que es Dominic Cummings, dice así: “Take back control”. Es un eslogan que podría hacer suyo el trumpismo y que resulta perfectamente compatible con su “Make America great again”.
‘Recupera el control’ es una llamada a todos aquellos a quienes la globalización y los cambios que la acompañan ha desconcertado y hecho venir miedo. A todos aquellos que añoran el mundo de antes, con su orden y sus aparentes certezas. ‘Recupera el control’ significa también, claro, dar la espalda a lo que no conoces y no entiendes, retroceder. Desentiéndete de lo que pasa allí afuera y a esos otros. Métete en casa, allí estarás a salvo. Cobíjate en lo que sabes y sé lo que realmente eres.
Los EEUU, construidos por quienes huían de Europa buscando la libertad, dan media vuelta. Se entregan, en el siglo XXI, en la antigua tentación aislacionista. Mientras tanto, los espacios abandonados los van ocupando otros actores internacionales poderosos. Singularmente China, una dictadura digital, un coloso siniestro decidido a conquistar el futuro.