Vamos a salir de esto con demasiado peso en nuestros cuerpos y también demasiado peso en nuestras mentes. Miles y miles de personas han perdido a sus seres queridos. A sus hijos, a sus hermanos o, más probablemente, a sus padres ancianos. No les han podido acompañar ni han podido despedirles. Otros han estado enfermos o lo han estado personas cercanas. Muchos, muchísimos, han perdido su trabajo, han tenido que cerrar sus negocios o no saben si van a conseguir salvarlos. Otros han continuado trabajando ‘on line’, más horas que antes y con los hijos reclamando su atención. Los niños y los jóvenes han abandonado las escuelas, los institutos y la universidad. Hay quien ha vivido el abismo dramático de los hospitales y quienes han tenido que confinarse solos, completamente solos, entre cuatro paredes.
El daño psicológico y emocional causado por el covid-19, el confinamiento y la devastadora crisis económica que se nos viene encima resulta hoy incalculable. Pero la huella va a ser muy profunda y dolorosa. Un sondeo llevado a cabo por un grupo de universidades españolas revela que el 43% de los ciudadanos han sufrido síntomas propios de un cuadro depresivo. Muchas personas han experimentado cambios de humor, irritabilidad y falta de energía. Otro estudio, promovido por Open Evidence, una consultora vinculada a la UOC, constata que la salud mental del 46% de los españoles está amenazada. Mientras tanto, la ONU ha alertado ya a los estados para que se preparen.
Los casos de ansiedad, depresión u obsesiones, entre otros, no solamente se han disparado porque con el covid-19 han aparecido problemas nuevos. O por la incertidumbre y el miedo que todo lo contaminan. También han empeorado aquellas personas que ya antes estaban mal. Los trastornos mentales pueden estar motivados por problemas externos o, por el contrario, tener un origen endógeno, es decir, que su causa es fisiológica, que su detonante no es nada que se encuentre ‘allí afuera’. Por supuesto, cuando ambas cosas se suman, el padecimiento se agrava.
El ejemplo de Phelps
Pensé en este tipo de dolencias tras las valientes palabras de uno de los deportistas más grandes de la historia, el nadador Michael Phelps, víctima de la depresión desde hace años: “Doy gracias porque mi familia y yo estamos bien. Doy gracias porque no tenemos que preocuparnos por pagar facturas o poner comida en la mesa, como tantas personas. Pero aún así, estoy en apuros”.
Phelps es joven, ha conseguido muchísimos éxitos, tiene una familia que le quiere, su cuerpo está más que sano, vive en una gran casa y le sobra el dinero. Es muy fácil, sin conocer qué son las enfermedades mentales, no entender qué le pasa. Su depresión es de las que no tienen causas externas, sino de las que vienen de dentro.
El ‘Tiburón de Baltimore’, alguien que en su carrera ha demostrado una voluntad de acero, confiesa su extrema fragilidad, su impotencia, ante el trastorno que le tortura inclementemente. Una depresión que durante el confinamiento se ha convertido en un infierno: “Nunca me he sentido tan superado en mi vida. Por eso tengo momentos en los que me gustaría no ser yo”.