No voy a sumergirme en los hechos. Las broncas, reproches y puñaladas traperas entre los dos socios del Govern son por todos conocidos. No es algo nuevo. En los últimos días, sin embargo, hemos asistido a un espectáculo de pornografía política difícil de digerir. Intentemos, no obstante, hacer un esfuerzo por comprender –que no justificar– por qué está pasando lo que pasa.
Podemos distinguir al menos cuatro factores que se amalgaman en un contexto realmente infernal para nuestros protagonistas. Los expongo a continuación, sin ordenarlos según su peso específico.
El primero deriva del hecho de que ambas formaciones están teledirigidas, respectivamente, por un señor que se halla encarcelado, Junqueras, y por otro, Puigdemont, refugiado a cientos de kilómetros de distancia y que no puede regresar porque acabaría también entre rejas. El segundo factor, que se trata de un Gobierno sin presidente. Aunque pudiera parecer que Torra mandaba poco, el vacío se nota. De puertas adentro y de puertas afuera. La nave carece de centro de gravedad. Tercero, hay unas elecciones en el horizonte. El recorrido hasta el 14 de febrero se hace y se hará muy largo (el mismo Torra decidió que así fuera, al no convocar a las urnas él mismo). Y, cuarto factor, la presión de la pandemia y la crisis económica sobre el Ejecutivo y sus departamentos es brutal, y empuja a sus responsables hasta el límite de sus nervios y capacidades.
Pero no nos engañemos. Las circunstancias, que tal vez podrían explicar errores no forzados, algunos mayúsculos, como el de las ayudas a los autónomos, no justifican acciones cainitas e irresponsables como lo es la filtración del plan de desescalada de la Generalitat.
Sospechas
A pesar de que tras el escándalo de la filtración, que desencadenó un alud de nuevas acusaciones cruzadas, el Govern prometió que los errores y las deslealtades se habían acabado, pocas horas después se producía otro altercado. En este caso la protagonista fue la consejera Budó, quien –ante la estupefacción de ERC– especuló sobre el posible aplazamiento de las elecciones del 14 de febrero a causa del coronavirus. Puede que se tratara de un patinazo, o de que Budó simplemente buscara cubrirse las espaldas ante un futuro imprevisible. O que la consejera de Presidencia y portavoz del Ejecutivo estuviera abonando el terreno para, en efecto, alterar el calendario. Es una hipótesis plausible, pues JxCat ha hecho hasta ahora todo lo posible para retrasar la cita con las urnas. Que los últimos sondeos –incluido el del CEO– arrojen oscuros vaticinios para el partido de Puigdemont no hace más que agrandar la sospecha.
El político profesional es alguien con más adrenalina en el cuerpo que la mayoría de los mortales. Suele también estar dotado de un instinto de supervivencia hipertrofiado, que suele desmadrarse cuando percibe que la amenaza le tiene cercado.
El cóctel descrito ha hecho –esta es la triste pero inevitable conclusión– perder la cabeza a la mayoría de los miembros del Govern. Y las pugnas internas han superado cualquier límite razonable. La pulsión, el instinto animal, se ha impuesto a la razón. Les ha ofuscado. Les ha empujado a competir en el peor sentido del término en lugar de cooperar, que es lo que la sensatez aconseja, dada la situación que atravesamos y puesto que todos viajan en el mismo barco. Han obviado que cooperar en su caso es la mejor manera de competir. Así, las continuas reyertas han dañado la nave, y las vías de agua abiertas empiezan a presagiar un trágico hundimiento.