Hacen grandes aspavientos en las redes, en las radios, las televisiones, las columnas de opinión. Se escandalizan. Denuncian. Sean independentistas o de los que darían un brazo para borrar al independentismo del mapa. Todos con una misma exigencia: hay que formar gobierno en Catalunya ya. Rápido, rápido, no podemos perder un minuto más.No comparto tanto arrebato.
Empecemos por señalar una obviedad. No es cierto que no haya Govern. Lo hay. En funciones, pero lo hay. En cuanto a las prisas para alcanzar el pacto, soy de los que, visto lo ocurrido durante la pasada legislatura, prefiero que este se cierre bien, con todas las garantías, a que el asunto se liquide pronto y mal. Eso sí: sin perder tiempo injustificadamente.
Este viernes, en la sesión de investidura fallida, Pere Aragonès volvió a reclamar a Junts per Catalunya que se apure. Que firme ya y se deje de cursilerías. Hay que recordarle al -espero- futuro ‘president’ que si las cosas se han ralentizado es, en parte, porque ERC priorizó juguetear con los comuns y negociar con la CUP antes de dirigirse a JxCat. Un desprecio. Y una táctica infantil para intentar poner a los de Carles Puigdemont contra las cuerdas.
En su relevante conferencia del martes, Jordi Sànchez, además de dar luz verde a la continuidad de la mesa de diálogo con el Estado, dejó bien claras dos condiciones. La primera, un pacto de legislatura. Para los cuatro años. JxCat lo ha dicho por activa y por pasiva. Demanda que las principales políticas a impulsar sean previamente consensuadas. No se fían de ERC, y temen sobre todo la presión de la CUP sobre los republicanos. Puede que suponga más tiempo de negociación, pero una ruta acordada, con los márgenes bien delineados, otorgará mayor coherencia, estabilidad y fiabilidad al nuevo ejecutivo.
El segundo elemento que Sànchez -quien avisó que al acuerdo podía requerir “semanas”- subrayó fue que JxCat no va a permitir que se arrincone o se margine al Consell per la República o que se arrincone a Puigdemont ni a los demás independentistas en el extranjero.
El jueves, 24 horas antes de la sesión de investidura, Puigdemont intervino para defender con vehemencia en las redes sociales la labor realizada desde el exilio y embistió contra los independentistas que “lamentan que no nos hallemos encarcelados”.El tono agrio de Puigdemont no es ajeno a la pelea en el fango de Twitter entre republicanos y junteros, en la que participan con una insensatez que raya el desvarío, personalidades relevantes de uno y otro bando. Puigdemont y Junts per Catalunya no han sido capaces de olvidar, entre otras cosas, que ERC, a través del presidente del Parlament, Roger Torrent, rechazara investir al primero en enero de 2018.
Habrá que reformular el Consell per la República. Ciertamente, el Govern no puede subordinarse al Consell, como bien señala ERC. Pero la labor de Puigdemont y de los demás exiliados, que acumulan una buena colección de victorias sobre la justicia española, no puede ser ignorada ni devaluada, todo lo contrario. Habrá que encontrar el punto de equilibrio.
En el fondo, el nudo gordiano sigue siendo el de siempre: una cuestión de esfuerzo y voluntad. Esfuerzo y voluntad para lavar la mente y el alma de resentimiento y animosidad, para llevar a cabo un verdadero ‘reset’, para enterrar los reproches y el ánimo de venganza. Cuanto mayores sean la voluntad y el esfuerzo de todos en esta dirección, más probabilidades de éxito y avance tendrá el nuevo gobierno independentista, que, pese a los tropiezos y las complicaciones, no dudo que acabará formándose.