La noche del viernes 15 de diciembre de 2017 Josep Borrell flanqueó a Miquel Iceta, a la sazón candidato a presidir la Generalitat, en un acto electoral en l’Hospitalet de Llobregat. Los comicios se hallaban muy cercanos, pues se celebraron el 21. Eran unas elecciones convocadas por el Gobierno de Rajoy bajo la jurisdicción del 155. Por la mañana mañana, Iceta se había mostrado abierto a un futuro indulto a los presos independentistas.
Borrell se opuso sin matices: “La han hecho muy gorda”. Haciendo gala de sus célebres dotes para la diplomacia y tras admitir que él no es tan buena persona como Iceta, explicó que la sociedad catalana está herida y que, por consiguiente, lo primero que había que hacer –sentenció– es desinfectar las heridas. “Hay que sanar el cuerpo social y para eso hay que pasar bien el desinfectante y luego, naturalmente, habrá que coser”. A su entender, que una gran proporción de la sociedad catalana esté por la independencia “no puede ser” y supone que Catalunya es “un país enfermo”.
Hace unos pocos días se celebró un encuentro telemático del Consejo de Política Fiscal y Financiera, a la que acudió el ‘conseller’ Giró. A continuación, Salamanca se convertía en el escenario de la cumbre de presidentes autonómicos, en la que Pere Aragonès fue el único ausente. El ‘president’ no acudió porque estos encuentros son perfectamente prescindibles a efectos prácticos, pero sobre todo para evitar una imagen de normalidad, que le interesa mucho a Sánchez, pero que no responde a la realidad. Esquerra, asimismo, debe administrar los símbolos a fin de no quedar asediada por los reproches de entreguismo y rendición que, de forma más o menos velada, le lanzan JxCat y la CUP.
Finalmente, este lunes se reunió en Madrid la Comisión Bilateral Generalitat-Estado, nacida del Estatut (artículo 183). Tal comisión solo se ha convocado con presidentes socialistas en la Moncloa. Rajoy la despreció, saltándose el Estatut a la torera. La delegación catalana ha acudido a la cita con una larga lista de 56 reclamaciones, algunas de las cuales antiquísimas y repetidamente desatendidas.
Han pasado más de tres años y medio desde aquella noche con Iceta y Borrell en l’Hospitalet. Mucho tiempo. Y, desde las antípodas de la desaforada beligerancia de Borrell, Pedro Sánchez ha empezado a moverse para procurar que la herida duela menos.
El primer paso, los indultos profetizados por Miquel Iceta. El segundo, la mesa de diálogo prevista para septiembre. Todo el mundo sabe, sin embargo, que de tal mesa poco cabe esperar. Ni el independentismo puede renunciar a la amnistía y la autodeterminación –al menos en la actual coyuntura–, ni Sánchez abandonar su rotunda negativa a ambas cosas. Es más, nada indica que el Gobierno español esté en disposición de presentar y defender firmemente una propuesta concreta, seria y aceptable para Catalunya.
Así las cosas, la Comisión Bilateral (y otros espacios como el ya citado Consejo de Política Fiscal y Financiera) se han convertido en el Betadine, el yodo para intentar mitigar la herida, porque ahí Sánchez sí puede hacer concesiones, contribuyendo a mejorar el clima con el Govern y, más que con el Govern, con ERC. Una aplicación astuta y modulada del Betadine –pacto para ampliar el aeropuerto de El Prat, por ejemplo– ha de facilitar además que una fracción de los catalanes se aleje del soberanismo. A los republicanos, por su parte, que esta especie de ‘peix al cove 3.0′ funcione puede ayudarles a compensar el previsible fracaso de la mesa de diálogo y a convertirse en la primera fuerza política de Catalunya.