El movimiento de pinza (o ataque doble envolvente) consiste fundamentalmente en no abordar al enemigo de cara, sino por los lados o, también, la retaguardia. Uno de los principios básicos de la estrategia, utilizada ya por Aníbal para hacer morder el polvo a los romanos, es, aparte de una buena coordinación, que el oponente no perciba lo que ocurre hasta que es demasiado tarde.
Tras combatir el independentismo a la brava, y subcontratando para el trabajo a policías y jueces, que es lo que decidió hacer Mariano Rajoy, el planteamiento táctico de Pedro Sánchez es distinto por completo. Digo planteamiento ‘táctico’ porque no se atisba intención real de resolver el asunto de fondo, por otro lado demasiado complejo para un PSOE que, aunque tuviera voluntad, carece hoy del poder suficiente para tan complicada empresa.
Pedro Sánchez se ha movido bien hasta ahora, aprovechando las ventajas que le otorga la orografía política. Los indultos y la disposición a retomar la mesa de diálogo constituyen un mensaje muy potente.
Hacia fuera, porque le dice a Europa que se está ocupando de la cuestión catalana, y que lo hace de forma civilizada. Las declaraciones del Papa en la COPE a favor del diálogo constituyen, en este sentido, un inesperado regalo para Sánchez y un disgusto para el PP y Vox. En Catalunya, a su vez, la libertad de los presos y la mesa de diálogo sin duda contribuyen a bajar la temperatura y, ante el desespero independentista, a adormecer la reivindicación y la movilización (obsérvese la menguada expectativa ante el próximo Onze de Setembre).
En el bando independentista, se va imponiendo -cumplidos los 100 días de Pere Aragonès en la presidencia- el pragmatismo, que se traduce en el esfuerzo por gobernar con normalidad, esto es, sin errores de bulto ni estridencias. El éxito de estos 100 días ha sido seguramente que apenas hayan trascendido choques entre los socios del Ejecutivo, algo que, viniendo de donde venimos, es una gran noticia.
El desmadre de la anterior legislatura, la de Torra, parece que finalmente acabó atemorizando a todo el mundo. De tal forma que ERC y JxCat se conjuraron para no repetir el espectáculo. Con el ánimo de transformar la dinámica metieron gente nueva en el Ejecutivo. El encuentro de la cúpula del Govern este sábado en Vall d’en Bas (Garrotxa), que algunos se han tomado a broma, es otra muestra del esfuerzo por fomentar la cohesión y la colaboración internas.
ERC confía en consolidarse como fuerza política central en Catalunya. La apuesta por el diálogo con Sánchez es coherente con su pertenencia a la mayoría que sostiene al Gobierno de Madrid. Que JxCat insista hasta la fatiga en que la mesa de diálogo no va a dar ningún fruto -algo que todos saben- debilita la posición catalana y no beneficia a los de Puigdemont. Más adelante, ERC y el Ejecutivo español podrán hacerles responsables, o parcialmente responsables, del naufragio y reprocharles desidia y obstrucción.
Mientras tanto, en un movimiento inteligente, Salvador Illa se ha ofrecido a hablar de los Presupuestos de la Generalitat con el Govern, en caso de que la CUP se ponga más estupenda de lo debido. Trabajarse la relación con los republicanos e intentar terraplenar la zanja que en Catalunya separa la izquierda independentista y la no independentista es clave y se halla en el corazón del ‘pasar página’ del PSC y el PSOE.
El movimiento de pinza sobre el independentismo le ha salido tan bien a Sánchez que el presidente ha relegado el asunto a la parte baja de sus prioridades. Así lo ha dejado claro él mismo. Que haya decidido aplazar, o se haya reservado para más adelante, acometer el problema de los dirigentes independentistas en el extranjero (a través de la reforma del Código Penal) ilustra su posición ventajosa. Tanto como los ruegos de Aragonès para que Sánchez en persona se siente en la mesa de diálogo dentro de unos cuantos días.
Es lógico que, salvada la espinosa cuestión de la retirada de Afganistán, a Sánchez le inquieten más otras cuestiones, singularmente la escalada en el precio de la electricidad, que entorpece lo que él imaginaba como un paseo triunfal gracias al rebote de la economía. El empuje dado a la subida del salario mínimo intenta paliar al menos un poco esta imprevista y amenazadora contrariedad.