La historia que aquí les vamos a contar empieza en 2015, cuando Ada Colau consigue vencer ‘in extremis’ a Xavier Trias en la carrera por la alcaldía de Barcelona. Fue una bofetada de las que escuecen. Los convergentes, justo es recordarlo, hicieron una pésima campaña, mientras el ejército de los ‘comuns’ exprimía a fondo las redes sociales. Además, Colau utilizó una y otra vez la mentira publicada por un diario de Madrid según la cual Trias tenía una millonada escondida en Andorra. La aspirante abrió su campaña así: “El próximo 24 de mayo podremos elegir entre la mafia y la gente, entre CiU y Barcelona en Comú”. Trias no quiso meterse en el barro, y apenas se defendió de las falsedades que -a sabiendas- lanzaban los comunes.
Cuando, cuatro años después, los comicios se convocaron de nuevo, habían sucedido muchas cosas. El 1-O, la declaración de independencia, el 155, los líderes independentistas encarcelados o exiliados, Quim Torra en la Generalitat, etcétera.
Como en 2015, las elecciones municipales se presentaban muy reñidas. ERC había elegido al hermano de Pasqual, Ernest, para intentar batir a Colau. O Colau o Maragall, este era el duelo. Esta vez quien perdió por un puñado de votos fue la alcaldesa. Al saberse ganador, Maragall se comprometió a trabajar “por la libertad de los presos”. Sin embargo, no sería alcalde. Manuel Valls lo acabaría impidiendo. Su objetivo y el del grupo de ricos que le había respaldado era precisamente evitar una Barcelona independentista, y así ocurrió. Tres de los concejales elegidos con el sello de Ciudadanos unieron sus votos a los del PSC y facilitaron la reelección de Colau.
Hoy, a menos de dos años de la nueva batalla por Barcelona, el independentismo no está dispuesto a fallar por tercera vez. Por Junts per Catalunya se presentará (si no hay sorpresa) Elsa Artadi, quien en 2015 ya asumió el peso de la campaña, pues Joaquim Forn estaba en la cárcel. Menos claro lo tiene ERC, que habrá de decidir si repite o no su apuesta por Maragall, quien tendrá ochenta años cuando las urnas se abran. Todo indica que Ada Colau repetirá, pese al compromiso de no cubrir más de dos mandatos (no hacerlo supondría lisa y llanamente el derrumbe de los ‘Comuns’). La apuesta del PSC volverá a ser Jaume Collboni, que saldrá decidido y con posibilidades reales de ganar.
Los planes del independentismo pasan por una victoria de ERC, que llegaría a la alcaldía con el concurso de los de Carles Puigdemont. En Junts esperan que los republicanos se impongan en la línea de meta. De no ser así, recelan, quizá tendrán la tentación de gobernar con la izquierda. Por su parte, y a poco que las cosas les salgan bien, JxCat debería mejorar los cinco concejales que tiene ahora.
A Colau le recriminan los independentistas haber metido a Barcelona a un callejón sin salida. No es solo que no tenga un proyecto que le permita progresar con ambición, argumentan, es que ha devaluado la ciudad hasta llevarla a una situación -la actual- de la que será muy difícil rescatarla. Y añaden: Colau y los suyos continúan atrapados en su amasijo ideológico y son incapaces de dar una a derechas. Por eso necesitan tanto a los socialistas y su inveterada experiencia municipal.
El segundo reproche a Colau y cía es su pálido catalanismo. Su frivolidad y poco compromiso en relación con esta cuestión. A los ‘Comuns’, señala un regidor actual, les entusiasma la idea de Barcelona co-capital de España, mientras renuncian a que la ciudad ejerza como lo que realmente es, la capital de Catalunya.
Tanto en ERC como en Junts tienen clarísimo que Colau y los ‘Comuns’ no pueden seguir al frente de la ciudad y creen que en Barcelona se ha consolidado un denso estado de opinión adverso a la alcaldesa, del que las pésimas valoraciones que esta cosecha en los sondeos o manifestaciones como la de la semana pasada serían una muestra.
Además, si el independentismo quiere recuperar su vigor e iniciativa, se dicen, debe gobernar necesariamente en la capital. La irradiación de Barcelona sobre el país resulta evidente. Sería, asimismo, una gran oportunidad para dar fuste a su proyecto y sumar a sectores que dudan o a los que la independencia se les antoja una meta demasiado difícil y con costes excesivamente altos.