Ya estamos otra vez. Lo han vuelto a hacer. Tras los reputados espectáculos ‘La mesa de tres patas’ y ‘El aeropuerto menguante’, el gobierno de los catalanes acaba de presentar su última producción: ‘El presupuesto indigesto’. Dicen que no hay dos sin tres. Así ha sido, y en el tiempo récord de seis meses. Y como todo el mundo sabe, luego del tres vienen el cuatro, el cinco, el…
Los que, como yo mismo –lo confieso y me acuso– creímos que tras Quim Torra y con un nuevo gobierno las cosas iban a cambiar a mejor –que no era pedir mucho, la verdad– estamos quedando como unos ingenuos sin justificación ni atenuante algunos. En estos momentos, nuestras posibilidades de acabar teniendo razón son tantas como las de sacar un triple seis tirando los dados, tal vez menos.
Me refiero en primer término al Govern y no a la CUP. Con la CUP lo mejor es no contar con ella cuando se trata de cosas importantes, como sin duda lo son los presupuestos con más millones de la historia. Esta es la primera lección que, de una puñetera vez y para siempre, deberían aprender del primero al último de los miembros de ERC y Junts per Catalunya. Quien insiste en mantener a la CUP en la ecuación, en preservarla entre terciopelo como si fuera un tesoro, o no se entera de absolutamente nada o es que intenta engañarnos.
En cuanto a la famosa mayoría del 52% (la proporción de votos que en las últimas elecciones catalanas recibieron las opciones independentistas, PDECat incluido), no es que se haya evaporado, como cacarean algunos con fatuidad. Lo que sucede es que uno de los grupos salidos de esos sufragios, sencillamente, actúa movido por el peor ideologismo y sin sentirse responsable de sus actos, aunque, como en este caso, menoscaben al conjunto de los ciudadanos, especialmente a los que se encuentran en una posición de mayor fragilidad. Y todo –tachín, tachán– en nombre de un izquierdismo sin mácula, más puro que el agua del Monte Fuji.
Vamos a ver. Pongámonos serios por un rato. Pere Aragonès hizo lo que tenía que hacer una vez que a mediados de la semana pasada la CUP le daba con la puerta en las narices. Tantas ganas tenían los anticapitalistas de decir ‘no’, que ni siquiera disimularon, y dieron plantón al ‘president’ sin esperar a agotar las negociaciones. Aragonès tenía entonces dos opciones ante sí, pues tanto el PSC como los ‘comuns’ se habían ofrecido. Y optó por el mal menor. Dicho de otro modo, se fue a por los votos que le iban a resultar menos caros. O sea, el cálculo político de toda la vida.
En JxCat muchos hubieran preferido que Aragonès se lanzara ciegamente en brazos de los socialistas. Justamente porque el pacto con estos era, de las dos opciones, la peor para ERC. Por una parte, el PSC es un competidor electoral directo de los republicanos. Por otra, aceptando su ayuda, ERC liquidaba su capacidad de negociación ante Pedro Sánchez.
Como es sabido, los ‘comuns’ recibieron un pack de concesiones similar al que la CUP había rechazado airadamente. Eso sí: a cambio de que ERC apechugara con los presupuestos de la señora Colau. El republicano Ernest Maragall encajó como un auténtico profesional –aplauso, pues escasean– y engulló el sapo con elegante fastidio.
Junto a Aragonès, bregó para dar forma al pacto con los ‘comuns’ Jaume Giró, ‘conseller’ de Economia con la zamarra de Junts. Este último sabía, como debiera saber todo el mundo, de la importancia de sacar adelante los presupuestos. Sencillamente, son una millonada en un momento en que mucha gente lo está pasando mal. No se podía renunciar a ellos.
Pero faltaba lo peor. Para redondear el exasperante ‘show’ aparecieron bajo los focos Joan Canadell y Elsa Artadi, que llevaron hasta la incandescencia los ánimos de los republicanos, que no es extraño que sueñen con tirar a Junts por la borda en un océano rebosante de tiburones. El primero, con una arenga faltona y desleal. La segunda, con otra arenga no tan faltona pero igual de desleal. Ambos estuvieron a un milímetro de llamar “traidor” a Aragonès, como si el ‘president’ hubiera dado la patada en el trasero a la CUP y no al revés (!). Sus catilinarias promocionaron casi a la condición de estadista a Giró y retrataron a Junts como un partido dividido y en el que, encima, todo quisque va a su bola.