Tras la investidura de Pere Aragonès, los tres principales partidos independentistas emprendieron su presente andadura. Se repetía la arquitectura de la legislatura anterior. El Ejecutivo parecía esta vez realmente dispuesto a hacer lo que fuera necesario para proyectar una imagen de coherencia y solidez. Pese a ello, las discrepancias pronto aparecieron. Primero, por la mesa de diálogo, a la que Junts y la CUP, pese a lo pactado con ERC, no han dado tregua. Luego, por la ampliación del aeropuerto de El Prat, contra la que se revolvió ERC y que la CUP siempre desaprobó.
El tercer encontronazo (al margen de otros, como las fricciones por el asunto del catalán y la escuela de Canet de Mar) fue por el presupuesto. La CUP, el apoyo fundamental del Govern en el Parlament, anunció un buen día que iba a rechazar las cuentas. ¿Cómo puede el aliado de un gobierno abandonarle ante el reto –la aprobación de los presupuestos– más importante del curso? La CUP no se molestó ni en agotar el plazo para negociar ni en dar explicaciones razonadas y convincentes. La situación era desesperada. El reloj corría.
Pere Aragonès, que había proclamado aquello de “presupuestos o presupuestos”, no se resignó al fracaso. Tampoco el ‘conseller’ de Economía, Jaume Giró. Dos grupos parlamentarios distintos habían tendido la mano al Govern: el PSC y los ‘comuns’. El ‘president’ eligió a los segundos. Era la opción políticamente menos onerosa para ERC, aunque supusiera tener que rectificar en Barcelona y dar luz verde a las cuentas de Colau. Hasta aquí la historia.
Hace unos pocos días, la presidenta del Parlament y cabeza de lista de Junts en las pasadas elecciones, Laura Borràs, aprovechó una entrevista en Catalunya Ràdio para remover el asunto. La presidenta insinuó que Aragonès no había hecho lo suficiente para llegar a un acuerdo con la CUP, cargó contra la mesa de diálogo –que “perjudica” al conjunto del independentismo– y emplazó al ‘president’ a someterse a una cuestión de confianza.
Este último elemento forma parte del pacto firmado por ERC y la CUP –no por JxCat– para investir a Aragonès. Tras el ‘no’ de los anticapitalistas a los presupuestos, el compromiso ha quedado en el aire. Borràs insistió en que los acuerdos deben cumplirse y que, si no hay finalmente cuestión de confianza, la legislatura deberá “replantearse”, palabras que solo se explican si lo que busca Borràs es molestar a ERC.
Pero hay más. Está también la obsesión de la presidenta del Parlament por la “unidad independentista”, esto es, por mantener a la CUP en la ecuación como sea y, por consiguiente, abstenerse de pactar con otros, como hizo Aragonès.
La premisa de que parte Borràs y no pocos ‘junteros’ –como Joan Canadell y Elsa Artadi, que en su momento embistieron como ‘hooligans’ contra Aragonès por no haber cerrado las cuentas con la CUP– es que unidad significa avanzar hacia la independencia, y todo lo demás es retroceder. Así lo martilleó en Catalunya Ràdio. Borràs se abstuvo de comentar, por ejemplo, que sin los comunes hoy la Generalitat no tendría los presupuestos que tiene, lo que hubiera perjudicado en primerísimo lugar a los sectores más necesitados. Tampoco aclaró qué hubiera hecho ella ante el insospechado portazo de la CUP, ¿renunciar a los presupuestos más generosos de la historia?
Pero vayamos al núcleo de la cuestión: ¿es cierto que pactar con los ‘comuns’ u otro grupo significa andar hacia atrás como los cangrejos, tal como recita Borràs y una nutrida ‘troupe’? A mí no me parece algo tan evidente, particularmente si uno asume –como asumo yo mismo– que, salvo una muy improbable sorpresa, el ansiado referéndum acordado no va a celebrarse ni mañana ni pasado mañana. Para que eso suceda, el independentismo necesita acumular mucha más fuerza, muchísima más, de la que hoy dispone.
Porque bien puede ser que los tres partidos independentistas del Parlament consigan convencer a más ciudadanos si tienen un margen más amplio de maniobra, es decir, sin estar encadenados entre sí, sin estar tan encorsetados. Digan lo que digan algunos, no pasa nada por acordar los presupuestos, u otras cosas, con los ‘comuns’. Como no pasa nada porque la CUP haya preferido quedarse fuera del Govern. Lo que cuenta realmente es construir una mayoría incontestable, una mayoría que rebase en mucho el actual perímetro, no mantener tercamente el sagrado dogma de la unidad. La unidad es relevante si sirve para sumar, pero si, en un momento dado, para sumar lo que sirven son otras fórmulas, pues adelante.
La unidad se convertirá en trascendental en el momento en que Catalunya se halle próxima a conseguir el referéndum y la posible independencia. No necesariamente antes.