Se ha jubilado a los 72 años Juan Alberto Belloch. No estamos hablando de un actor secundario de la política española. Belloch fue, entre 1993 y 1996, ‘superministro’ de Felipe González, esto es, titular a la vez de Justicia e Interior. González, asediado por aquel entonces por el escándalo de los GAL y múltiples casos de corrupción, fichó a los jueces Belloch y Garzón para tratar de blanquear su maltrecha imagen. Garzón duraría poco al lado de González. No fue así en el caso de Belloch, que se fue del gobierno cuando, finalmente, Aznar consiguió la Moncloa. Más tarde, el juez ocuparía durante 12 años la alcaldía de Zaragoza, su ciudad natal.
Pues bien, en su despedida, Belloch ha realizado unas interesantes declaraciones -recogidas por este diario- sobre lo que, para él, socialista y alguien que, presumo, se considera también progresista, es España. Sus palabras merecen atención no solo por quien es, sino también porque, por desgracia, representan a la perfección lo que muchos, a izquierda y derecha, creen.
A la pregunta sobre si es “reconducible” la situación en Catalunya, el exministro responde: “Mi padre, que murió desgraciadamente hace muchos años, decía que el único problema real que había en España no era el País Vasco, sino Catalunya. Lo decía cuando el terrorismo estaba en pleno auge, y puede ser que mi padre tuviera razón, que es mucho más peligrosa, en términos institucionales, la situación en Catalunya.”
¿Por qué es mucho más peligrosa? Porque el terrorismo “generaba y genera dolor, rabia, indignación, pero no cuestiona el Estado de derecho. En el fondo, al revés, lo reafirma”. Mientras el terrorismo de ETA es una “guerra que parece razonablemente acabada y ganada”, continúa Belloch, “el tema de Catalunya no tiene aspecto de que esté maduro”. Y zanja: “Catalunya todavía requiere de alguna otra derrota del independentismo para que reaccionen”.
Pocas veces tan pocas palabras consiguen decir tanto. Primero, una aclaración referente al léxico. Cuando Belloch y tantos otros acusan al soberanismo -que reclama que los catalanes puedan decidir su futuro colectivo- o al independentismo de atacar al Estado de derecho lo que en realidad quieren decir es que cuestionan la unidad de España, cosa que es muy diferente. El Estado de derecho es contingente y se transforma. Lo que, contrariamente, para ellos no debe variar bajo ninguna circunstancia es su dogma sobre qué es y ha de seguir siendo España.
Señala el exdirigente socialista que la “guerra” contra ETA reforzaba a España. Es plausible que así fuera, toda vez que los etarras mataban, y, por lo tanto, era una lucha entre buenos y malos, con lo que no eran necesarias muchas más explicaciones.
Belloch añade que, si bien la “guerra” en el País Vasco está ganada, en el caso de Catalunya lo que convendría es ni más ni menos “alguna otra derrota” para que así los catalanes “reaccionen”, es decir, para que renuncien a sus aspiraciones. Antes, había señalado que cualquier gobierno haría lo que hizo Rajoy con el independentismo.
No pierde el exministro el tiempo en ofrecer alternativa alguna para Catalunya. O esta se amolda -se asimila, se funde- a la idea de España a la que él -junto a tantos miembros de los aparatos políticos, judiciales, financieros y mediáticos que mangonean el Estado- no está dispuesto a renunciar o deberá obligársela a base de palos o, como dice él, de nuevas “derrotas”. Unas derrotas que, como en el caso del octubre de 2017, van seguidas de una sistemática aplicación del escarmiento, aunque sea a costa de violentar las normas elementales del Estado de derecho que se proclama defender o hacer el ridículo ante Europa entera, como sucede una y otra vez en el caso de los exiliados.
En ningún momento Belloch se refiere ni a la posibilidad de dialogar o tender puentes con Catalunya, de hacer un esfuerzo por comprender el porqué de la insatisfacción catalana.
No, Belloch habla de guerras, derrotas y, por consiguiente, de enemigos. El enemigo es una Catalunya que supone una amenaza para una España que, si bien habita en la mente de muchos, nada tiene que ver con la España del siglo XXI. Su España es una España hija de la melancolía, petrificada y alérgica a la diversidad. Una quimera mitológica, que no encaja siquiera en el espíritu de la Constitución, es decir, en el espíritu de 1978, hace ya más de 40 años.
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