Cuando el ‘conseller’ Josep Gonzàlez Cambray anunció que el próximo curso las clases van a comenzar unos días antes, la reacción de los maestros -en realidad de los sindicatos del ramo, con la USTEC, mayoritario- fue furibunda, muy airada. El anuncio sorpresivo del Govern dio lugar a un enfrentamiento como pocas veces se ha visto.
Los sindicatos, y con ellos los maestros, se equivocaron tremendamente si el motivo de su enojo, y del choque y las jornadas de huelga, no es tener que empezar a dar clases antes en septiembre. ¿Por qué se equivocaron? Porque al responder tan duramente al cambio de calendario, el mensaje -sea cierto o no- que han trasladado a la opinión pública y, más en concreto, a las familias, es que no les gusta trabajar y, en consecuencia, cuanto más tarde empiecen las clases mejor. Esto ha llevado a la indignación de muchos padres y ciudadanos, toda vez que el mes de septiembre es laborable para los maestros. Si ya trabajan en septiembre, ¿por qué tanto escándalo por empezar las clases un poco antes?
Más aún porque es una medida, adelantar el inicio de curso, absolutamente razonable. Como todo el mundo sabe, en Catalunya y en España el período de vacaciones estivales es absolutamente desproporcionado, lo que perjudica a la formación de los estudiantes, amén de complicar la vida a las familias.
Seguramente Gonzàlez Cambray no es el tipo más diplomático de esta parte del continente, pero bien puede ser que, si anunció las nuevas fechas para el comienzo de las clases sin avisar, fuera para adelantarse e impedir que los sindicatos consiguieran abortar la medida, como ha ocurrido con otras decisiones. No es este un intento de justificar sus formas, sino de descifrar el porqué de su proceder.
Si el motivo principal para arremeter contra la ‘conselleria’ no era exclusivamente el calendario, como muchos han entendido, los sindicatos de maestros debieron esperar a una mejor ocasión, justamente para que nadie pudiera interpretar que ponen su egoísmo corporativista por delante de los intereses de los niños y los jóvenes.
Lo que sí se le puede recriminar a la ‘conselleria’ y al ministerio es el afán por introducir constantes modificaciones en los programas docentes. No solo son los partidos. Hay gente dentro de la ‘conselleria’ y del ministerio adicta a rediseñar los currículums. No son admisibles los constantes cambios a golpe de las modas o inspirados por la absurda creencia de que la escuela debe dar solución a todos los problemas de la humanidad.
Es indiscutible, asimismo, que los maestros deben tener un nivel alto de catalán. Igual que resulta escandaloso que la inmersión -que tantos ataques recibe- sea en realidad una pura entelequia y que, en muchísimos centros, los docentes se la pasen por el arco del triunfo.
Tienen razón, en cambio, los maestros y sus sindicatos cuando exigen mayor inversión, mejor salario, menos alumnos por aula o paliar la excesiva interinidad. Cabría recordarles, no obstante, que el dinero que el presupuesto de 2022 destina a Educación son 6.681 millones, 1.009 millones más que en el anterior. Aunque todavía no sea suficiente, el incremento no es poco.