Junts per Catalunya, el partido fundado hace un par de años por Carles Puigdemont es un partido muy joven, y también novel, muy poco consolidado tanto doctrinalmente como en su estrategia. Además, la elección, este junio, del tándem Laura Borràs -presidenta- y Jordi Turull -secretario general- se hizo para salir del paso y desprende un inevitable aroma de provisionalidad. Borràs y Turull ascendieron a la cúpula de Junts después de que Carles Puigdemont renunciara a la presidencia para dedicarse al Consell per la República y que también Jordi Sànchez abandonara la secretaría general.
La causa de la falta de consolidación, de solidificación, de Junts es doble. De una parte, el partido reúne a grupos de gente muy heterogéneos y de muchas procedencias distintas. Hay gente más radical y gente más pragmática. Hay gente que no entiende lo que es un partido y gente que lo sabe perfectamente. Hay gente más liberal y gente de centro-izquierda o incluso muy de izquierdas, etc. Todo esto se congregó bajo un mismo paraguas que llevaba dos nombres impresos, uno propio y uno común: Puigdemont e independencia.
La segunda causa tiene que ver justamente con Puigdemont. Tal y como él mismo ha reconocido más de una vez, el ‘president’ nunca se ha sentido cómodo con las reglas y el funcionamiento de los partidos, que son organizaciones muy formalizadas. Por ello, JxCat nació, para añadir aún mayor complejidad, como un partido que no quería ser un partido convencional, sino una especie de híbrido, de cruce entre partido y movimiento social. Intentar que Junts evolucionara y se convirtiera en una máquina bien engrasada era el objetivo de Sànchez, que no pudo o supo alcanzar.
Por si fuera poco, Borràs -que fue la presidenciable de JxCat en las elecciones del pasado año- está pendiente de que se abra juicio contra ella por su gestión al frente de la Institució de les Lletres Catalanes. Está acusada de varios delitos por haber supuestamente fraccionado contratos para favorecer a un amigo suyo informático. El reglamento del Parlament establece (artículo 25.4) que: “En los casos en que la acusación sea por delitos vinculados a la corrupción, la Mesa del Parlament, una vez sea firme el acto de apertura del juicio oral y tenga conocimiento del mismo, debe acordar la suspensión de los derechos y deberes parlamentarios de forma inmediata [...].
Borràs ha intentado por activa y por pasiva convencer a unos y otros de que nos hallamos ante otro acto de represión por parte del Estado contra el independentismo. Pero ni en ERC ni en la CUP parecen aceptar los argumentos desplegados por Borràs y, por tanto, a día de hoy, no están dispuestos a saltarse el reglamento a fin de que la presidenta del Parlament pueda continuar en su cargo. En el caso de Junts, es incierto lo que pueda ocurrir. Hay que suponer, sin embargo, que apoyará a su ahora presidenta del partido y abrazará la tesis de la represión política. Si esto es así, y ERC, en cambio, decide aplicar el reglamento, es casi seguro que el gabinete de coalición salte por los aires. De hecho, esto no supondría ningún gran disgusto para Borràs, que fue la primera en pedir que la militancia de Junts se pronuncie sobre si mantener o romper el Govern con ERC.
A pesar del evidente e inmediato riesgo que esta cuestión representa, la cúpula de JxCat le dedica mucha menos atención de la que cabría esperar. Supone una amenaza ciertamente muy delicada, y con muchas derivadas, más allá incluso de la quiebra del Govern, por lo que el juicio a Borràs se ha convertido en una especie de tabú interno. Tanto es así, que tampoco entre las cúpulas de los dos partidos gobernantes -Junts y ERC- se ha abordado en serio el problema ni existe previsión sobre cómo reaccionar cuando efectivamente se abra el juicio oral.
Algunos de los dirigentes más pragmáticos -buena parte de ellos provenientes de la antigua Convergència Democrática- maldicen ahora que Jordi Turull accediera a pactar con Borràs y descartara enfrentarse a ella en unas primarias. Dadas las votaciones que se dieron luego a la hora de validar la ejecutiva acordada, concluyen que probablemente la candidatura turullista se hubiera impuesto a la de Borràs, lo que haría todo este asunto menos engorroso.