‘Cómo hemos cambiado’ (1991). Me cuesta horrores sacarme de la mollera el título de la canción de Presuntos Implicados cuando pienso en el PSOE y en Pedro Sánchez. Me asaltan al mismo tiempo imágenes no tan lejanas: veo, por ejemplo, a Rodríguez Zapatero sentado mientras la bandera norteamericana, con sus barras y estrellas, pasa ante él. 12 de octubre del 2003.
Centrémonos, sin embargo, en los hechos recientes, para lo que necesariamente hay que remontarse a la entrada en España de Brahim Gali, líder del Frente Polisario, para ser atendido en el Hospital de Logroño. Abril del 2021. Mohamed VI se da cuenta enseguida de que el gesto humanitario del Gobierno español le regala una posición ventajosa. El autócrata se inclina sobre el ajedrez y empieza a diseñar sus movimientos.
Ordena –tal vez– lanzar el programa espía Pegasus, de fabricación israelí, contra Sánchez; su ministra de Defensa, Margarita Robles, y el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska. Por lo visto, el espionaje a González Laya fracasa. Da igual. La presión marroquí hará que la ministra de Exteriores pronto sea cesada. Antes, el rey alauí ha empujado a miles de inmigrantes subsaharianos contra la frontera española.
A continuación, Sánchez se rinde a lo evidente, pues entiende la verdadera dimensión de lo que tiene delante. Un tipo sin escrúpulos, Mohamed VI, que, amén del favor de Estados Unidos, cuenta con la demoledora posibilidad de propiciar que los inmigrantes asalten masivamente la frontera española.
Manda entonces Sánchez una carta a Mohamed VI entregándole –en contra de la posición de la ONU– el Sáhara Occidental, que, según el español, debería convertirse en una autonomía dentro de Marruecos. El monarca difunde enseguida la carta, con el consiguiente escándalo, y deja al descubierto la deshonrosa maniobra española.
Lejos de amedrentarse, Sánchez –Unidas Podemos se aferra al gobierno, pese a su profundo rechazo por lo que está sucediendo– sigue adelante. Continúa fortaleciendo sus relaciones con Marruecos, al precio del enojo de Argelia. Pero su afán va más allá y consiste en convertirse en un aliado importante para Estados Unidos. Da la sensación de que, como le ocurriera a Aznar en su día, Sánchez también ha sido obsequiado con una revelación, la del atlantismo sin reservas y el americanismo devoto.
La cumbre de la OTAN en Madrid está destinada a convertirse, como así sucederá, en el gran trampolín para completar un giro estratégico. Días antes ha prometido que la inversión militar española se multiplicará hasta alcanzar el 2% del PIB –casi el doble que actualmente– y abrirá las puertas de Rota a nuevos destructores americanos. Ahora se me aparece aquel adhesivo pegado en la puerta de mi cuarto: “OTAN, de entrada NO” (1986).
La Gran Recesión de 2008, primero, la pandemia del coronavirus, a continuación, y el ataque de Putin contra Ucrania han cambiado el mundo. Los estados, especialmente, los grandes países, se han dado cuenta, abruptamente, de los costes y los riesgos de la globalización, mientras ven cómo sus economías se ahogan en la inflación. Han comprendido también que no solo el mundo tiende a ser más y más complejo, sino que la globalización, al contrario de lo que se creía ilusoriamente, no es sinónimo de más y mejor democracia. Lejos, muy lejos ya de las alegres proclamas sobre el fin de la historia, estamos asistiendo al inicio de una nueva guerra fría, que, en esta ocasión, tendrá a EEUU y China como grandes protagonistas, y en la que lo militar no va a ser lo más importante. Xi Jinping ha propiciado la progresiva degradación de la situación en Ucrania para debilitar a EEUU y sus aliados europeos. Sabe, asimismo, que, en el mundo que viene, Moscú, pese a sus cabezas nucleares, está condenada a ser un apéndice.
Sánchez ha decidido lanzarse a los brazos de EEUU. Obtuvo en Madrid las felicitaciones y los elogios de Joe Biden. El pasado viernes 24, gracias al pacto alcanzado con Mohamed VI, fue la gendarmería de Marruecos la que se ocupó de los inmigrantes. El resultado, un sinfín de heridos y decenas de muertos. Los marroquís se ocupan ahora del trabajo sucio.
Sánchez, a pesar de los jóvenes cadáveres amontonados, declaró que la crisis se había resuelto “bien” y dio su apoyo a los policías marroquís. Culpó de lo ocurrido a las “mafias” y aseguró, sin que se le moviera un pelo de las cejas, que “fue un ataque a la integridad territorial de nuestro país, de una manera violenta”. Vergüenza y repulsión –aquí no hay ‘realpolitik’ que valga ni atenúe lo ocurrido– es lo que cualquier persona decente debería sentir.