Que el ‘president’ Pere Aragonès no participe en la manifestación del Onze de Setembre convocada por la Asamblea Nacional Catalana (ANC) me parece normal. Comprendo perfectamente la razón esgrimida. Se trata de una manifestación dirigida contra el Govern y los partidos independentistas, y particularmente -no hay que ser un hacha para darse cuenta- contra Esquerra Republicana.
El texto de presentación de la Diada de este año es amén de duro, antipolítico. En él se llama a dejar atrás a los partidos independentistas y se sentencia que solo “el pueblo” y la sociedad civil organizada podrán alcanzar la independencia. Se añade desde la dirección de la ANC que el 1 de Octubre y la mayoría independentista en el Parlament no pueden “malgastarse” en mesas de diálogo y trifulcas internas. Se reclama, asimismo, un “embate” siguiendo el ejemplo de movimientos no-violentos como el de Gandhi en la India.
En el manifiesto de la Diada propiamente dicho, se reprocha a los partidos “autodenominados independentistas” que hayan abandonado el conflicto con España. En este documento, la ANC pone plazo al nuevo “embate”: hasta las próximas elecciones catalanas, es decir, 2025. Además, se anuncia, la entidad buscará los máximos apoyos para una lista cívica de personas dispuestas a “implementar el mandato” del 1-O.
Aunque a muchos les pueda sorprender, entristecer o incluso enfadar, es lógico que Aragonès evite acudir a la manifestación. Si los anfitriones me detestan, yo me guardaré muy mucho de presentarme en su fiesta. El ‘president’, además, cuenta con la experiencia del año pasado, nada agradable. Si Artur Mas no iba a la manifestación de la Diada porque entendía que debía preservar el carácter institucional de su cargo, es decir, que tenía que representar a todos los catalanes, también a los contrarios a la independencia, Aragonès no participará porque son los propios organizadores los que no le consideran de ‘los nuestros’, y sí, por contra, un obstáculo a sus objetivos.
Dolors Feliu, la presidenta de l’ANC, ha declarado en una entrevista que, si Aragonès no se presenta en la avenida Paral•lel de Barcelona, donde tendrá lugar la manifestación, demostrará que “no está implicado en el proyecto por la independencia”. Y que un político que no quiere ir a un lugar en el que habrá centenares de miles de personas “tiene un problema”. Tales palabras, aparte de tramposas, constituyen una tosca forma de coacción.
Pero la decisión de Aragonès va más allá de no quererse meter en una trampa. Por vez primera, un líder independentista, nada menos que el presidente de la Generalitat, se planta explícitamente y con autoridad ante el sector que podríamos llamar irrealista, recalcitrante o irredentista del independentismo, o sea, aquel que repite infantilmente que querer es poder, y que si Catalunya no es un Estado de Europa es porque los partidos del Govern han renunciado a ello. Del desafío de Aragonès a la ANC se desprende, asimismo, que la dirección de ERC calcula que el irrealismo no cuenta hoy con la fuerza del pasado, en especial de determinados momentos del ‘procés’.
De todos modos, el problema no está en el seno de ERC, en que los realistas mandan con mano de hierro. El campo de batalla entre unos y otros se sitúa en Junts per Catalunya, un partido nuevo y en ebullición constante. Si en ERC la lucha entre realistas e irrealistas no tiene cabida, esta sí va a producirse en Junts. Allí la tensión va creciendo entre los seguidores de Jordi Turull ‘consellers’ y altos cargos de la Generalitat, alcaldes y concejales, la mayoría de los cuadros del partido-, realistas, y los irredentistas, que son muchos entre las bases y sobre todo muy ruidosos en redes sociales como Twitter. La cabeza visible de los segundos es Laura Borràs, cuyo discurso populista sintoniza con el de la ANC.
A medio plazo no tengo duda sobre la victoria de los realistas en Junts, ‘res sic stantibus’, como decían los romanos, esto es, siempre que las cosas no cambien radicalmente, y, por ejemplo, en Madrid se forme un Gobierno entre PP y Vox. A corto plazo, que la tensión estalle en el interior de JxCat depende, especialmente, de hasta qué punto Turull siga apostando, como hasta ahora, por contemporizar con Borràs y los suyos. El dilema entre seguir así y enfrentarse al irrealismo se le planteará con frecuencia a Turull en las próximas fechas. Habrá que ver cuándo considera llegado el momento de decir ‘basta’.