Que la cumbre hispano-francesa se celebrara en Barcelona tiene su lógica, dada la agenda que debía abordarse, y en la que destacaba el conducto que debe unir Barcelona con Marsella con el fin de transportar hidrógeno. Además, no era una reunión ordinaria o de trámite, sino al más alto nivel y muy relevante desde la perspectiva de las relaciones bilaterales entre España y Francia, es decir, del rediseño de la geometría del poder en Europa. Visto así, nada que alegar.
El problema está en otra parte. El problema es el ambiente creado por Pedro Sánchez al insistir en la voluntariosa teoría según la cual el llamado ‘procés’ ha muerto, el independentismo está deshidratado y, en definitiva, el conflicto político es cosa del pasado. Por si fuera poco, se abonó la interpretación de que traer la cumbre con Macron justamente a Catalunya era la forma de reafirmar simbólicamente la victoria de Sánchez. El hecho, la propia cumbre, y sobre todo el contexto, que, como siempre, otorga sentido a lo que sucede, es lo que causó la indignación de entidades y partidos independentistas, que interpretaron la jugada como una chulesca provocación.
¿Cómo debía reaccionar el independentismo? Y, sobre todo: ¿que tenía que hacer ERC, que gobierna en solitario en la Generalitat? Tanto Junts per Catalunya como la CUP intentaron no entrar en el ataque directo a ERC. Intentaron ser prudentes. Pese a ello, ambas formaciones dejaron claro su rechazo a la participación de Pere Aragonès en la reunión.
El presidente de la Generalitat y ERC, por su parte, se encontraron, una vez más, en la tesitura de tener que discernir cuál era el mal peor. ¿Tenía que personarse Aragonès en la cumbre? ¿Debía ERC manifestarse o bien abstenerse de hacerlo, como en el último y malhadado Once de Septiembre? De nuevo, los republicanos obligados a elegir entre malas soluciones. La política es hoy siempre difícil, como nos explica Daniel Innerarity en las páginas de ‘Una teoría de la democracia compleja’.
Al final, el ‘president’ fue a la cumbre y ERC estuvo en la ‘mani’, y si me preguntan a mí les diré que hicieron lo que tenían que hacer. Aragonès debía estar en la cumbre porque es el presidente de Catalunya y todo lo que aquí sucede le concierne y, en cierto modo, le obliga. No debe nunca –sobre todo visto desde una perspectiva soberanista– ausentarse ni esconderse. Todo lo contrario, pues está en su casa. A mi entender, el error que cometió fue despedirse precipitadamente, antes de que sonaran los himnos español y francés. En cuanto a Esquerra Republicana, debía estar en la manifestación para dejar claro que el movimiento soberanista e independentista –del que es parte esencial– sigue bien vivo, e impugnar así el relato sanchista.
Ante una situación objetivamente compleja, una respuesta también compleja. Ciertamente, nada apta para los que se empeñan en ver las cosas solo blancas o solo negras, para los que aseguran que no se puede ir a misa y repicar, y para el grupo de exaltados que gritaban “¡traidor!” a Junqueras hasta hacer que el presidente de ERC abandonara la manifestación.