Negociar no es fácil, pero es sin duda una habilidad fundamental para cualquier persona que se dedique a la política, al nivel que sea. Saber negociar es absolutamente necesario también para infinidad de otras tareas y profesiones. No obstante, en el caso de la política es cuestión de vida o muerte, como quien dice. En los tiempos que corren, en que las mayorías absolutas son escasas y hay que buscar votos aquí y allá, saber negociar se ha convertido en verdaderamente imprescindible. De hacerlo mejor o peor depende en ocasiones alcanzar el Gobierno o no conseguirlo, o que un Ejecutivo de coalición sea un jaleo sin fin.
Al escribir estas líneas parece que el Gobierno de Pere Aragonès, de ERC, está a punto de sumar, gracias al PSC, el número de votos requeridos para aprobar los presupuestos para 2023. Aragonès gobierna con el solitario apoyo de los 33 diputados de su grupo, después de que primero la CUP –que le sostenía desde fuera– y luego JxCat –que lo hacía desde del interior del gabinete– le retirasen la confianza.
Parte esencial de la estrategia de Salvador Illa ha pasado por tender la mano. Por presentarse como una fuerza constructiva y pragmática, con la que se puede contar si de lo que se trata es de tirar Catalunya adelante. Uno de sus objetivos es borrar la frontera entre partidos independentistas y no independentistas, pues la prevalencia de tal frontera le relega sin remedio a la oposición. Para construir una nueva centralidad, Illa se ha inspirado en no pocos aspectos en Convergència.
Tras la ruptura con Junts y ante la necesidad de aprobar unos presupuestos que el ‘conseller’ Giró había dejado muy adelantados, ERC hizo un movimiento extraño. En lugar de llamar a la puerta del PSC –33 escaños y más votos populares que ERC– o de Junts, se afanó en negociar y cerrar con los ‘comuns’ –ocho diputados– un acuerdo sobre las cuentas, que pasaban así a tener 41 votos, lejos, lejísimos, de la mayoría necesaria.
Con ello, ERC conseguía que el PSC, esencial para los republicanos, se sintiera menospreciado, relegado, pues su mano tendida había quedado absurdamente suspendida en el aire. Si deben ser, por su importancia –primer partido de la Cámara catalana–, los aliados principales, ¿por qué no se dirigían a ellos en primer lugar? ¿Por qué cerrar con los Comunes un acuerdo que iba a ser un escollo para los socialistas (y no digamos para los de JxCat)? Por si fuera poco, ERC exhibió el apoyo de patronal y sindicatos para intentar presionar a Salvador Illa.
Aunque cueste de creer, era la segunda vez en poco tiempo que ERC repetía lo que son errores de manual, pues predisponen negativamente a quien pretenden convencer. La primera vez fue cuando se trataba de formar gobierno, a principios de 2021. En lugar de empezar a hablar con Junts, destinado a ser su socio en el Govern, lo hizo con los de la CUP, con 23 diputados menos que los primeros y ninguna intención de integrarse en el Consel Executiu.
El resultado de las tácticas republicanas fue que el PSC decidió no solo fijar, sino también airear públicamente, una serie de condiciones, incómodas algunas, casi indigeribles otras, que ERC debía aceptar. Los socialistas también acordaron, tras el primer desplante y tras constatar que los republicanos creían que agenciarse sus votos era lo más fácil del mundo, que se lo iban a tomar con calma. A Junts los pusieron terceros en la fila, tras Comunes y socialistas. Y eso que, según el argumentario de ERC, los de Turull y Borràs debían ser los más proclives a votar las cuentas, toda vez que prácticamente eran obra suya.
Desconozco qué brillante estratega republicano es el responsable de este tipo de comportamientos, pero debería matricularse urgentemente en un cursillo de psicología para torpes. Negociar es una combinación de lucha y seducción. Por ello, es fundamental saber ponerse en los zapatos del otro. Empatizar con el adversario. Incluso alguien tan poco sospechoso de buenista o hippy como el secretario de Defensa de los EEUU con Kennedy y Johnson, Robert McNamara, comprendió lo importante que es la empatía. No en vano la sitúa como la primera de sus famosas 11 lecciones –aprendidas a lo largo de su vida– en el imprescindible documental ‘The fog of war’. McNamara fue también presidente de Ford y del Banco Mundial.