El Gobierno de España parece de Duralex, esos vasos y tazas de vidrio templado resistentes a todo tipo de golpes y caídas. Parece también de goma, capaz de estirarse hasta que la tensión parece que va a romperla, pero nunca lo hace. Y eso pese a que la coalición lo es de dos materiales de naturalezas muy diferentes, casi opuestas. Los primeros, los socialistas, son un partido de gobierno, un partido de orden, puro ‘establishment’. Son y se hallan en el corazón del sistema. Los segundos, nacieron y llegaron para cambiarlo todo, el sistema en primer lugar. Porque, repetían, sí se puede. Puestos a poder, incluso se puede “asaltar los cielos”. Podemos.
El último y más dramático choque entre los socios lo ha causado la ley llamada del ‘solo sí es sí’. Primero vino la batalla entre unos y otros sobre cómo debía ser la norma. Qué tenía que decir. Su aprobación fue vivida por Unidas Podemos, y muy personalmente por la ministra Irene Montero, como mucho más que un éxito, como un exitazo. La ley la colocaron en lo más alto del anaquel de los trofeos. Montero y los suyos rebosaban satisfacción. La alegría duró poco, puesto que enseguida se inició la imparable cascada de revisiones a la baja de las penas de abusadores sexuales y violadores. Para algunas decenas de ellos el regalo ha resultado muy especial, pues la rebaja les ha puesto en libertad. Han salido, continuarán saliendo, a la calle. El problema no es menor en absoluto. No lo es para las víctimas, en primer término. Y tampoco lo es políticamente.
Dentro de unos meses, en mayo, se celebrarán elecciones municipales y, en muchos sitios, también autonómicas. Luego, antes de que este 2023 termine, vendrán unas elecciones legislativas muy reñidas. Preñadas de juego sucio y agresividad. A cara de perro. Y en que Pedro Sánchez se lo juega todo.
La derecha se ha dado cuenta de la gran oportunidad que tiene ante sí. Los cambios en el Código Penal pactados con los independentistas de ERC puede que le hayan restado votos al PSOE, pero la ley del ‘solo sí es sí’ ya le ha despojado de más, de muchísimos más, y amenaza con seguir horadando vorazmente sus apoyos. La enorme brecha abierta en el casco socialista ha forzado a Sánchez a cortar por lo sano. Hay que cambiar la ley.
Pero lo curioso no es eso, que responde a la pura lógica, pues los políticos están para resolver problemas y nadie se resigna a que le despojen del poder. Lo que causa estupor, al menos me lo ha causado a mí, es el empecinamiento, la tozudez, la porfía, la ceguera con que Irene Montero y los suyos han reaccionado a la catástrofe. Lejos de admitir el evidente error, han invertido todas sus energías en negarlo. A impugnar los hechos. No es, para ellos, que la ley tenga resquicios. De ningún modo. Lo que sucede es que los jueces –muchísimos, pues las rebajas de penas alcanzan ya los cuatro centenares– son simples y estrictos ‘fachas’ conchabados con el PP, Vox y los medios de comunicación afines para acabar con Montero y los podemitas. Ofuscación, ideologismo.