El espacio político a la izquierda del PSOE, que Yolanda Díaz quiere unir bajo la marca Sumar, se pelea, se pelea salvajemente. Quien de momento rechaza la alianza es Podemos, el partido surgido del 15-M, del cual Pablo Iglesias fue el líder y en el que Iglesias sigue moviendo los hilos. A la hora de analizar qué está pasando, y ante el peligro de que Yolanda Díaz y Podemos finalmente no se pongan de acuerdo, son muchas las voces, prácticamente todas, que han apuntado que la división, el desacuerdo, el restar y no sumar son un vicio característico de las izquierdas. Un vicio que históricamente ha lastrado el potencial ganador de estas opciones.
Supongamos que es así. Entonces nos tendríamos que preguntar por qué. Justamente a Pablo Iglesias, un hábil orador, le he escuchado hace unos días responder a esta pregunta. Fue durante la tertulia en la que participa en RAC1. Para él, la diferencia que hace que las izquierdas se peleen más entre ellas que las derechas es que las de izquierda son formaciones políticas “más ideológicas”. Cuando lo oí me quedé un poco pasmado. Porque lo que quería decir Iglesias —al menos tal como yo lo interpreto— es que las izquierdas tienen más ideología porque en realidad tienen más ideales, esto es, también más valores. Por oposición, las derechas tendrían menos ideales y menos valores, o bien les importan menos. La derecha se movería, en consecuencia, sobre todo por intereses de clase y particulares, sería egoísta.
La reflexión de Iglesias presenta un primer problema, que es el problema que siempre acompaña a las generalizaciones excesivas. Sin embargo, esto no es lo peor, ni tampoco lo es la apariencia francamente propagandística del argumento. El problema es que no encaja en absoluto con la situación analizada, que no es otra que la gran dificultad de las izquierdas a la izquierda del PSOE para pactar y construir juntos. Sobre todo teniendo en cuenta que, si llegan a finales de año, cuando se tienen que celebrar las elecciones legislativas españolas, sin una alianza entre ellas, no solo estas izquierdas pagarán un precio alto en las urnas, sino que muy probablemente lo pagará todo el mundo que no sea del PP o Vox, a los que se les pondrá todo de cara para gobernar España.
La responsabilidad de Yolanda Díaz y de Podemos es, pues, grande. Enorme. ¿Y cuál es el obstáculo que de momento impide que se pongan de acuerdo hasta el punto de que, por ejemplo, el pasado domingo, día 2, cuando Díaz presentó el proyecto de Sumar, la cúpula de Podemos se ausentó llamativamente? La respuesta es sencilla: el poder. Podemos no quiere quedar subsumido, difuminado, desdibujado en un proyecto global. Iglesias, Ione Belarra o Irene Montero lo que buscan es una relación bilateral de Podemos con Yolanda Díaz —esgrimen constantemente su mayor peso organizativo, su número de afiliados—, mientras que, en cambio, esta última desea un único proyecto unido a su alrededor.
No es solo una cuestión conceptual, es una cuestión que tiene derivadas muy reales y descarnadamente humanas. Porque, según cómo se acabe configurando la arquitectura de Sumar y según cómo sean sus mecanismos organizativos, el poder interno quedará repartido de una manera o bien de otra. Y todos, absolutamente todos los implicados —la lista de partidos que tienen que formar parte de la operación es larguísima—, empezando por Podemos, quieren, legítimamente, conseguir cuantas más y mejores posiciones en la nueva organización y en las instituciones. Todos quieren ganar el máximo en esta operación llamada Sumar.
Aquí es donde la teoría de Iglesias, arraigada, creo, en el complejo de superioridad moral de cierta izquierda, se hunde. Las izquierdas, las personas que conforman las izquierdas a la izquierda del PSOE —no olvidemos que los partidos son personas concretas— no actúan movidas solo por las aspiraciones más nobles, fruto de unos ideales y de unos valores igualmente nobles. Las izquierdas y las personas de izquierdas —tampoco las de derechas— no son angelitos. También tienen intereses. No solamente los tienen, sino que, en el caso concreto que analizamos, cuenta más que cualquier otra cosa, el peligro de un gobierno PP-Vox incluido.
Todo lo contrario, pues, de lo que predica Iglesias, quien aparentemente considera que eso de los intereses y el egoísmo son rasgos definitorios —y bastante feos— de las derechas.