Aparentemente, las cosas marchaban muy bien para ERC. El último paso en la supuesta buena dirección había sido la ruptura con Junts per Catalunya, que pasaba a los bancos de la oposición. Desde la II República no había tenido ni tanto poder ni controlado en solitario el gobierno de la Generalitat. Un paso adelante más y, soñaban Oriol Junqueras y los suyos, los posconvergentes se hundirían arrastrados por sus contradicciones y ellos lograrían la hegemonía en el campo soberanista. Luego solamente quedaría, con paciencia, torcer el brazo a un PSC encastillado en el área metropolitana de Barcelona.
La estrategia fijada por Junqueras después de la declaración de independencia fallida de 2017, estaban convencidos, estaba dando sus frutos. Se sustentaba básicamente en un giro hacia el pragmatismo y el enfriamiento del afán independentista, que quedaba para las próximas generaciones; la negociación con el Ejecutivo español, fundamentada en la necesidad evidente de Pedro Sánchez de contar con los diputados de ERC en el Congreso, y la acción desde la Generalitat.
Del gobierno catalán, rumiaron hace unos meses, solo se podría sacar auténtico provecho político si Pere Aragonès conseguía librarse de los de Junts. Precisamente por eso, en lugar de intentar retenerlos como socios de gobierno, Aragonès y, sobre todo, Junqueras les empujaron a abandonaran el Ejecutivo. Sin los odiados posconvergentes de Jordi Turull, se dijeron, la armonía se impondrá y, ya con todo el poder en nuestras manos, podremos rentabilizar para ERC el Govern y también el generoso presupuesto disponible, aprobado gracias al PSC (al que prometieron algunas cosas que no piensan cumplir). Cabría añadir un cuarto elemento estratégico, menos explícito pero real, consistente en priorizar cuando fuera posible los acuerdos políticos con la izquierda (PSC, los Comuns y la CUP).
Y así se plantaron los republicanos ante las elecciones municipales del 28 de mayo. El resultado fue un enorme trompazo. Esquerra Republicana, en lugar de seguir avanzando, retrocedía hasta 2015. Los de Junqueras y Aragonès perdían más de 300.000 votos, esto es, el 36,7% de los conseguidos en 2019. De primera fuerza, a tercera. En Barcelona, Ernest Maragall se desplomaba desde el primero al cuarto puesto. La pérdida de poder resulta tremenda.
Sin embargo, tuvo la suerte Esquerra de que Sánchez, fiel a su estilo, diera el golpe de efecto consistente en, a la vista de los malos resultados del PSOE, anticipar los comicios legislativos españoles al 23 de julio. A ellos se trasladó enseguida la atención de partidos y medios de comunicación, algo que permitió a los republicanos tener que hablar poco de su debacle y también que ni Junqueras ni nadie en ERC asumiera responsabilidad alguna. Sánchez convocó elecciones tras perder en las municipales poco más de 400.000 votos en el conjunto de España. ERC perdió 302.000 -atención- únicamente en Catalunya.
Lo dicho no significa que en ERC no se hayan dado cuenta de lo ocurrido. Incluso han tomado algunas decisiones muy rápidamente, en caliente, quizás aturdidos por el estrés postraumático fruto del descalabro. Les asaltó la sensación de que no podían quedarse quietos y que algo había que hacer para evitar un hundimiento irreversible el próximo 23 de julio.
Antes de las elecciones municipales, Esquerra dio ya un primer golpe de volante, tal vez intuyendo el malestar y el desencanto de sus bases. Fue cuando, cambiando el relato alimentado desde 2017, Aragonès lanzó el proyecto de elaborar una propuesta concreta de cómo debería ser un referéndum de autodeterminación de Cataluña, el llamado “acuerdo de claridad”. La idea fue acogida con frialdad por el resto del independentismo.
Con los resultados electorales sobre la mesa, ERC ha ejecutado dos movimientos más. El último, reforzar la candidatura para el 23 de julio, mandando a la consejera Teresa Jordà a flanquear a un Gabriel Rufián en horas bajas y, de paso, sacar también del Govern a los consejeros Josep Gonzàlez-Cambray y Juli Fernàndez. Antes, los republicanos habían tendido la mano a Junts, ofreciéndole la pipa de la paz, lo que se ha concretado en permitir que Xavier Trias alcance la alcaldía de Barcelona y en la investidura de Anna Erra como presidenta del Parlament. Ello no ablandó a los de Junts, que, como ERC, han pactado con los socialistas allí donde han creído conveniente.