No pocos apologetas de la ‘operación Collboni’, faltos como se hallan de argumentos presentables, insisten estos días en subrayar que la elección de Jaume Collboni como nuevo alcalde es legal. ¡Acabáramos! ¡Valiente subterfugio retórico! ¿Se imaginan que no lo fuera? Hay poca cosa que pueda justificar lo acontecido, si no es un fabuloso afán de poder y, sobre todo, la determinación de impedir que un independentista, aunque sea alguien tan dialogante y moderado como Trias, se convierta en alcalde.
Los hechos, para que puedan ser entendidos, hay que contextualizarlos. No es lo mismo Barcelona que cualquier otro pueblo o ciudad catalana. Las circunstancias de cada lugar son distintas, más aún cuando hablamos de elecciones municipales. Por lo tanto, toda comparación corre el riesgo de ser falaz. Hay que analizar caso por caso. Barcelona, capital de Catalunya, ha visto ya tres veces seguidas cómo se articulaban sendas operaciones en contra del independentismo. “Política de Estado”, como fanfarronea Alberto Núñez Feijóo. No es casualidad.
Repasemos brevemente lo sucedido. Hace ocho años, en 2015, las ‘cloacas’ del Estado y sus terminales mediáticas difundieron la mentira de una supuesta fortuna de Trias en Suiza. Ada Colau lo aprovechó a fondo en su campaña de las municipales. A Trias y CiU los asimilaba a “la mafia”. Jamás pidió perdón por ganar así, ni cuando se demostró que lo que había pergeñado la ‘policía patriótica’ del ínclito Jorge Fernández Díaz era una enorme patraña. Cuatro años después, ya con Trias fuera de juego, las elecciones en Barcelona las ganó el republicano Ernest Maragall. Manuel Valls, impulsado y pagado por poderosos personajes de Barcelona y Madrid, regaló sus votos a Colau. Valls había denostado a Colau durante toda la campaña.
Algo muy parecido ocurrió el sábado. El lugar de Valls lo ocuparon el PP y Daniel Sirera. La jugada la pactaron las cúpulas de los populares y los socialistas en Madrid. El PP podría sacar pecho de haber parado los pies a los independentistas, aun al precio de regalar la alcaldía de la segunda ciudad de España al odiado Pedro Sánchez. A Feijóo le va de perillas la ‘operación Collboni’ para simular responsabilidad y grandeza tras la ola de pactos con Vox en toda España, empezando por Valencia, con el vicepresidente torero al frente de Cultura, una declaración de intenciones y de mal gusto.
La ‘operación Collboni’ es legal. Claro que es legal. Pero hay cosas legales que son muy feas. Collboni y Colau no han dejado de mentir a los ciudadanos durante toda la campaña. Collboni, comprometiéndose a pasar a la oposición si no ganaba. Colau, asegurando que no participaría en ningún tejemaneje en el que estuviera metido el PP. La mentira de Sirera es menos evidente. Tras rechazar a los ‘Comuns’, finalmente simuló un acuerdo con Collboni que es papel mojado, perfectamente sabedor de que, si el ya flamante alcalde puede, Barcelona en Comú se incorporará al gobierno de la ciudad. La doblez de Sirera consiste en regalar la alcaldía a los socialistas y hacerse el loco.
Ustedes pueden decirme que todo el mundo miente, y más los políticos. Muchos en los partidos piensan que mañana nadie va a acordarse de los engaños e incumplimientos, pues los ciudadanos o somos tontos o no tenemos memoria, o tal vez ambas cosas. Que todo vale. Que es mejor la ganancia inmediata que mantener una cierta compostura ética. Además, ahí está la propaganda, preñada también de mentiras y medias verdades, para lavar la mente y remover las tripas de los electores para llevarlos a las urnas. Es precisamente a esta forma de hacer política, basada en el menosprecio a la gente, en el engaño, en la trapacería, a la que Trias mandó al carajo. ‘Que us bombin!’ (“¡Que os den!”). Es un tipo de política, la del poder frío y descarnado, sin alma ni causa más allá del poder, la que engorda la desafección, la aversión y el asqueo y, por tanto, lleva a la abstención o a votar a populistas de extrema derecha de la calaña de Vox.
Al margen de ser una maniobra de Estado y de haberse ejecutado comerciando pornográficamente con la mentira, la ‘operación Collboni’ se sustenta en la lógica de amigo-enemigo. Unionistas -o constitucionalistas, como prefieren llamarse- contra independentistas. Cordón sanitario. Resulta penoso que, los que han venido acusando una y otra vez al independentismo de fracturar la sociedad, a la hora de la verdad, cuando huelen que les puede beneficiar, no duden ni un instante en ahondar con renovado ímpetu la divisoria.