El debate cara a cara organizado por el grupo Atresmedia la noche del lunes era mucho más transcendente para Pedro Sánchez, por detrás en los sondeos, que para su adversario, el aspirante a presidente del Gobierno Alberto Núñez Feijóo. El primero se jugaba continuar teniendo bazas para impedir su desalojo de La Moncloa, se jugaba mantener viva la esperanza de impedir un ejecutivo del PP o de PP y Vox. Por su parte, a Núñez Feijóo les bastaba con no perder, o perder solo un poco, de forma que la inercia ganadora no encallara, que el cara a cara no supusiera un traspiés que extendiera las dudas sobre él y su victoria en las urnas.
Por eso mismo, porque un cara a cara supone siempre un peligro para el favorito y una oportunidad para el perseguidor, el equipo de campaña popular redujo los debates a uno exclusivamente. Comprensible. Minimizar el riesgo. No es comprensible, por el contrario, que la cita la organizara una empresa privada de comunicación, por muy importante que sea, en lugar de la corporación pública de RTVE, la radio y televisión de todos los ciudadanos españoles. El PP rechazó acudir a RTVE porque, a su entender, está ocupada por el ‘sanchismo’. Pese a la infinita mesa que separaba a los candidatos, el debate transcurrió bronco, enmarañado, con demasiadas interrupciones, con demasiados datos de todo tipo, en definitiva, con muchísimo ruido. Los dos presentadores, mientras tanto, se mantenían al margen, sin siquiera intentar ordenar un poco una refriega que frecuentaba lo ininteligible.
Los precedentes de enfrentamientos cara a cara entre Sánchez y Feijóo se limitaban a las sesiones en el Senado. Sin embargo, el formato y las circunstancias de la noche del lunes -una campaña en busca de la remontada tras los comicios del 28M, con una fecha fijada por Sánchez a la desesperada- eran absolutamente distintos.
Pese a haber preparado a fondo la discusión durante todo el fin de semana, pese a su demostrada capacidad dialéctica, pese a, hasta entonces, crecerse llamativamente en las situaciones dramáticas, pese a ser el presidente del Gobierno, Sánchez no logró su gran objetivo, esto es, tumbar a Núñez Feijóo e impulsar la soñada recuperación.
Sánchez era el favorito en el cara a cara, pero no consiguió noquear al candidato popular. No consiguió hacerle morder el polvo. El presidente del Gobierno empezó agresivo y lanzado al ataque. Era lo previsible, el plan. Sin embargo, tras unos pocos compases pudimos apreciar que algo no iba bien, que algo fallaba. Sánchez parecía desconcertado ante la contumacia de su adversario. El debate no discurría como él había visualizado. El desconcierto produjo en el presidente un nerviosismo visible, manifiesto, impropio de él, que le hacía olvidarse incluso de la audiencia, obsesionado con dentellear a Núñez Feijóo. El desconcierto y el nerviosismo provocaron que Sánchez perdiera el aura presidencial. Esta se diluyó increíblemente y pasó el socialista a convertirse por arte de brujería en un tipo inseguro, a veces dubitativo, a veces desesperado. Como un buen estudiante sorprendido por un examen final de pesadilla, abstruso, del que le cuesta incluso comprender las preguntas. Su rendimiento fue ondulante a lo largo de las casi dos horas de programa, con escasos momentos de esplendor, pero, eso sí, el socialista consiguió no hundirse.
El presidenciable popular, que debió de repetirse mil veces antes de llegar al plató que quien se la jugaba de verdad no era él, se mantuvo sereno y casi rocoso. En ocasiones se le veía incluso confortable. No es alguien brillante dialécticamente, y lo sabe. Conoce bien sus límites. Quizás la clave para él fue que no se conformó con, simplemente, salir a amarrar un empate que le beneficiaba, sino que adelantó sus líneas. A veces, eso supuso la descalificación de Sánchez, repetir informaciones manifiestamente sesgadas e incluso mentir. Determinante también, la experiencia de Núñez Feijóo, con una muy larguísima trayectoria a sus espaldas. Nada que ver con el cordero listo para el sacrificio que algunos soñaban. El resultado, a mi entender, fue un empate. Lo que supone, para Sánchez, haber perdido una ocasión preciosa, irrepetible, para meterse de nuevo en el partido. Para el gallego, en cambio, el cara a cara significa poder codiciar una mayoría amplia el próximo día 23.