Carles Puigdemont se adueñó de las negociaciones con el PSOE, y su partido -tanto el ala pragmática como la combativa- no dudó en permitírselo y alinearse detrás de él. Goza Puigdemont de todo el apoyo de Junts per Catalunya, formación que está exhibiendo una unidad insospechada. Nadie critica en público y muy poco en privado. Todos aguardan a lo que el líder diga.
Que la decisión final esté en manos de alguien en la situación de Puigdemont convierte esta negociación en algo singular. Muy especial, y diferente. Muchos políticos españoles y medios de comunicación de Madrid, que no cesan de perorar sobre Catalunya, se han abonado a una idea simplista en exceso. Afirman que, como Puigdemont quiere volver, si le dan la amnistía, firmará sin dudarlo cualquier acuerdo que Sánchez le ponga delante. Pero las cosas no van así.
Puigdemont tomó una decisión grave, trascendental, al pactar con el PSOE la presidencia y el resto de la mesa del Congreso, primero, y al acceder a hablar con Sánchez de la investidura, después. Fue una rectificación en toda regla, pues hasta entonces había rechazado cualquier posibilidad de pacto. Puigdemont cruzó el Rubicón. Del ‘no surrender’ y la confrontación a la negociación. Algunos sectores recalcitrantes próximos a él no comprenden por qué.
El president quiere volver, claro. Pero es alguien que hace mucho que asumió, que descontó mentalmente, tanto el exilio como el insomne forcejeo con la justicia española. Su gran inquietud es otra. Él quiere, y de ningún modo va a renunciar a ello, que un eventual pacto con el PSOE no impugne, sino que, contrariamente, otorgue sentido y un barniz épico a su recorrido y sacrificio. No va a aceptar algo que manche o cuestione su actuación desde que se convirtió, en enero de 2016, en el 130 presidente del gobierno de la Generalitat. Quiere volver, sí, pero con honra y respeto. No agachando la cabeza. Por eso, por ejemplo, está obsesionado por evitar que se le pueda equiparar a Junqueras y ERC; por eso, precisamente, exige un acuerdo “histórico”.