Finalmente, el sorpaso de la pujante coalición EH Bildu al PNV, avizorado por las encuestas, no se consumó la noche del domingo. Los jetzales no han perdido nunca unas elecciones autonómicas en votos, y solo una vez lo hicieron en escaños. El domingo empataron a 37 con los abertzales. Las dos fuerzas soberanistas suman, pues, 54 diputados de un total de 75. El resto, todos juntos, solo 21. El PNV se dispone de nuevo a gobernar de la mano de los socialistas.
Visto desde Catalunya, es como si allí vivieran en otra era. Tras sacar sus conclusiones del naufragio del Plan Ibarretxe y, años después, del ‘procés’ catalán, los vascos no se plantean echar un pulso independentista al Estado. Tanto los del PNV como los de Bildu aspiran a alcanzar un nuevo estatus, a subir otro peldaño en su autogobierno, sí, pero a través de la negociación. Hay que considerar que hoy Euskadi ya es, gracias al sistema de cupo, prácticamente independiente en cuanto a la financiación, o sea, a la administración de su dinero. Mientras tanto, en Catalunya seguimos atascados en una transición que se alarga desde 2017, tratando de decidir si pasar página o mantener vivo el ‘procés’.
En el País Vasco se ha producido una profunda renovación de candidatos. El PNV ha sido capaz, atención, de relevar a Iñigo Urkullu, el actual lendakari. En muy pocos sitios de Occidente un partido manda tanto y con tanta determinación. En su lugar situó a Imanol Pradales. EH Bildu hizo lo mismo y eligió como cabeza de cartel a Pello Otxandiano. Por parte de los socialistas, Eneko Mendueza relevó a Idoia Mendia. Caras nuevas, gente más joven. ¡Qué distinto de lo que sucede en Catalunya!
En Catalunya siguen al mando tanto de ERC como de Junts los mismos que protagonizaron el choque con el Estado. Un sinfín de peleas cainitas, reproches y odios entorpecen enormemente el entendimiento entre soberanistas y, por contagio y extensión, hacen que el país no avance como debiera, en un contexto tanto español como internacional tan complejo como preocupante. Republicanos y ‘juntaires’ siguen enfrascados en sus pequeñas pero diamantinas maldades, que la inmensa mayoría de los catalanes contemplan con aburrimiento, desazón e incluso asqueo. Para dejar atrás la actual confusión y estropicio, convendría que se renovara también en Catalunya el elenco al mando, y entraran en escena políticos a quienes el pasado reciente no les nuble el entendimiento.
El domingo, en Euskadi, el voto soberanista alcanzó su techo, acercándose al 68% de las papeletas. Los vascos son más soberanistas que nunca desde el restablecimiento democrático. Sin embargo, a nadie, ni entre los partidos ni desde la sociedad, se le ha ocurrido poner fecha a la independencia, ni se plantea un referéndum unilateral. En Catalunya, en los comicios de 2021, el voto independentista superó por poco el 50%. ERC, Junts y la CUP sumaron 74 escaños, 6 por encima de la mayoría absoluta. Hoy el soberanismo catalán aspira a no hundirse por debajo de los 68 diputados, es decir, por no perder la mayoría absoluta. En las elecciones municipales y españolas del año pasado el independentismo se desplomó aparatosamente. Un mal augurio de cara al próximo 12 de mayo.
Si nos fijamos, constatamos que desde 2015, cuando concurrieron unidos bajo el sello Junts pel Sí, los independentistas no han vuelto a ganar las elecciones catalanas. En 2017, venció Ciudadanos. En 2019, el PSC. Las apuestas predicen que los socialistas, convertidos en el voto útil anti-independentista, repetirán victoria. Nada que ver tampoco en este punto con la situación vasca. Mientras allí la duda era quién de las dos grandes opciones soberanistas, el PNV o Bildu, llegaría primero a la meta, a Esquerra y Junts parece importarles poco que Salvador Illa vuelva a coronarse. Su verdadera preocupación, su obsesión, no es que el PSC -un partido más vinculado al PSOE y sus intereses que nunca antes en la historia- pueda alcanzar de nuevo el triunfo, sino ganar la partida al rival independentista, hacer que muerda el polvo.
En Euskadi todo el mundo tenía claro quién iba a gobernar tras las elecciones, salvo que se produjera un grave accidente. La entente entre socialistas y peneuvistas estaba anunciada, todo el mundo la conocía. En Catalunya, por el contrario, va a costar Dios y ayuda que, tras los comicios del 12M, se pueda armar un nuevo ejecutivo. Más aún: todo indica que, aunque se pueda formar gobierno y no haya que repetir la votación, el nuevo gabinete va a ser tan precario, frágil y temblón como los últimos.