Sospechas, juicios y condenas

Juicio a Francisco Camps. Repite el sastre lo que ya había dicho: que el expresidente no se costeaba los trajes. José Tomás se confiesa admirador de Camps , lo que no le impide comentar que tiene buena planta pero el trasero grande. Berlanga asoma en la sala de vistas. Al mismo tiempo, el Rey asegura a los españoles que la ley es igual para todos, también para su yerno, al que acaba de borrar de las fotos oficiales.

En la política mediática lo que parece, es, como se suele decir. Que tal vez Iñaki Urdangarín se quedase con un dinero que no debía o que a Camps le regalasen los trajes unos proveedores no son interpretados como deslices individuales, no. La gente, el demos , desconfía del poder en su conjunto. Malpiensa: todo está podrido. Los siglos han inscrito el recelo en su genética.

Los medios de comunicación, especialmente desde que se popularizó la radio, han alimentado la sospecha. Por eso la mujer del César debe parecer honesta además de serlo. Fue Salvador Espriu quien escribió que si bien el espejo de la verdad se rompió en mil pedacitos, cada uno de ellos sigue recogiendo una porción de aquella verdad original. Muchas veces al ciudadano le basta con un mal ejemplo o dos–los que les muestran– para impugnarlo todo sin distinciones.

El Rey no ha esperado a una posible condena de su yerno. Juan Carlos ha arrumbado la presunción de inocencia y ha abandonado al marido de la infanta Cristina a su suerte. Además, como paliativo, ha decidido suministrar el desglose presupuestario de la Casa del Rey. En la política mediática lo que parece es. Todo hace pensar que Camps y otros de sus colaboradores mantenían una relación de compadreo más que insana con El Bigotes y compañía. «Amiguito del alma, te quiero un huevo». A Camps , Mariano Rajoy también lo dejó caer, aunque a cámara lenta. Sin escándalo, ¿quién sabe?, quizás ahora sería ministro.

No digo que Camps o Urdangarín no hayan hecho cosas feas, no es eso, en absoluto. Lo que constato es que el tiempo político no puede acompasarse al de la justicia, lenta, irremediablemente rezagada. Los medios y la opinión pública son rápidos e impacientes, y apremian a los políticos, incluso a los reyes. Exigen respuesta, movimiento, acción. La cruel crisis hace que levanten aún más la voz. Quieren una condena y la quieren ya. A veces la justicia acaba coincidiendo con ellos y les da la razón, a veces no. Sea como fuere, esta siempre llega demasiado tarde.

Los medios y la opinión pública no son la justicia porque su naturaleza y sus procedimientos son otros. Pero juzgan y condenan, a menudo con gran dureza. Puede que no sea bueno, pero es así como funcionan las cosas. Y soy incapaz de imaginar una alternativa razonable.

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