Las elecciones del día 27 van a tener, tanto para partidarios como para detractores, una claro significado plebiscitario entorno a la independencia. De hecho, a través de sus declaraciones tal circunstancia ha sido ya admitida más explícita o más implícitamente por el PP y Ciudadanos. Pero pueden tener otra lectura asimismo relevante.
Lo encarna uno de los argumentos centrales de Podemos, esto es, la impugnación del sistema político tal como lo conocemos desde la Transición hasta aquí, es decir, lo que Pablo Iglesias bautizó felizmente como «el régimen del 78». De alguna forma constituye también un enfoque plebiscitario. En este caso, no se trataría tanto de construir algo nuevo, sino de batallar contra lo viejo, que es percibido por Podemos y por gran parte de la ciudadanía como ineficaz, injusto y corrupto. Tanto el proyecto independentista como el de Podemos se pretenden rupturistas: rechazan el estatu quo actual.
Ambas propuestas de cambio no son, al menos filosóficamente, enemigas. Lo muestra el independentismo cuando sitúa la mejora del bienestar general como razón para la independencia. Lo corrobora la candidatura de Catalunya Sí que es Pot al admitir, aunque sea ambiguamente, un referéndum legal sobre el futuro de Catalunya. Las demás ofertas que se presentan el 27-S van del reformismo retórico -PSC, Unió- hasta el inmovilismo (de tinte retrógrado) del PP.
Sin embargo, la diferencia entre Podemos y Junts pel Sí es grande. Los primeros aspiran al poder, a mandar en España y no cuestionan las reglas de juego mediante las cuales esta meta puede, o no, conseguirse. Podemos no choca con el sistema, sino que quiere encaramarse a él. Una vez en el poder, intentarán modular los aspectos que puedan, que serán bastantes menos de lo que hoy prometen, como ha empezado a demostrar Ada Colau en Barcelona.
El independentismo es rupturista en su programa, mucho más que Podemos, pues de lo que se trata es de alumbrar una Catalunya diferente y mejor. Pero también en la forma. Puesto que se le niega cualquier alternativa, el soberanismo se ve abocado a saltarse unas normas que el Estado interpreta a su favor e instrumentaliza sin rubor alguno.
El independentismo cuestiona mucho más el sistema que Pablo Iglesias. El independentismo -logre total o en parte su objetivo- persigue un cambio profundo. Pero es que además no está guiado por el afán, legítimo por supuesto, de conquista del poder. El independentismo político central, esto es, CiU, viene del poder, toda vez que ha sacrificado su posición hegemónica en pos de sus objetivos políticos. Con Artur Mas como líder más destacado, se enfrenta -no retóricamente, sino de verdad- a los poderosos españoles y a los personajes más poderosos de Catalunya, que lo combaten ferozmente y al unísono.