iguen las conversaciones entre Junts pel Sí y la CUP después de que el jueves esta última intentara fijar el campo de negociación. Al hacerlo en la forma que lo hizo, situando la cuestión de la presidencia de Artur Mas fuera de campo, como consecuencia última, la CUP daba a entender que la reelección de Mas es posible si hay acuerdo en lo demás.
¿Por qué lo interpreto así? Porque la CUP sabe perfectamente que Convergència Democràtica no va a entregar la cabeza de su líder y candidato a presidenciable de Junts pel Sí. Si la continuidad de Masno fuera posible, no tendría ningún sentido que la CUP expusiera sus condiciones ni tampoco que accediera a sentarse a negociar. Sin embargo, no acaba aquí la complejidad. Una complejidad que viene dada en primer lugar por la ubicación política de las dos fuerzas que deben ponerse de acuerdo. Una de ellas, Junts pel Sí se halla en la zona central del mapa sociopolítico catalán. La otra, en la extrema izquierda. Dentro de la coalición de JxSí el peso mayor lo tiene CDC, que encarna una sensibilidad muy alejada de la CUP.
Dejando al margen la cuestión de Mas, de lo exigido por la CUP el jueves hubo muchas cosas que, seguro, no gustan a los convergentes ni a muchos de los demás miembros y votantes de Junts pel Sí.
Por ejemplo: ¿qué sentido tiene quebrar ya, ahora mismo, la legalidad? Es algo que probablemente se acabará produciendo si el Gobierno español continúa anclado en su miopía y terquedad. Pero podrá hacerse una sola vez y, por consiguiente, hay que pensárselo mucho y prepararlo muy bien antes de dar el paso. No puede malgastarse a modo de estéril brindis al sol, como ocurrirá si se hace caso a la CUP.
En segundo lugar, la CUP no puede, con 10 diputados sobre 135 del Parlament o sobre 62 de JxSí, imponer su programa radical. Pretender impulsar su particular revolución aprovechando que es necesaria constituye, amén de un disparate, un error estratégico. Y que evoca, y perdonen ustedes, las consecuencias desastrosas que acarreó para el bando republicano la pelea durante la guerra civil sobre si era prioritario ganar la guerra o hacer la revolución.
La CUP, por el contrario, acertó al fijar como objetivo sumar más ciudadanos al proyecto soberanista. Hay que sumar, dijeron, a aquellos que ven con «recelo» el proceso porque Mas está al frente. Yo añadiría, para completar el panorama, que habrá que procurar asimismo que los que ven con buenos ojos a Mas, y se sienten por él representados, no se alarmen y den la espalda al llamado proceso. Porque son muchos. Eso no solo se consigue levantando el veto a Mas, sino también con políticas digeribles para la mayoría de los catalanes, que no comparten para nada el arrebato revolucionario de la CUP.