Por algún motivo incierto mi mente se quedó absorbida por la broma –por decir algo– que Ràdio Flaixbac gastó el jueves al presidente en funciones, Mariano Rajoy . No hay espacio aquí para reflexionar sobre la más que discutible deontología –¿periodística?– de la acción. Ni tampoco para detenerse en los errores en la aplicación de los protocolos de seguridad que se produjo en la Moncloa. Existe una nutrida lista de políticos de primer nivel que han caído en este tipo de trampas. Rajoy no es el primero y seguro que no va a ser el último.
Hay otros dos aspectos de la gamberrada del otro día mucho más interesantes. El primero de ellos, estrictamente político; el otro, de mayor alcance, sobre la naturaleza de la política en nuestros días, que puede aplicarse, además, a cualquier líder político. Para empezar, el suceso nos proporcionó de rondón datos nada despreciables: que Rajoy estaba perfectamente dispuesto a reunirse con el president Puigdemont ; que, pese al enredo entorno a la investidura de un nuevo presidente español, el líder del PP disponía de una agenda espaciada, y que no tenía ni idea de si va a seguir o no en la Moncloa.
Tales elementos son pepitas de oro informativas, que por supuesto dan para todo tipo de análisis e ironías (y que pusieron de los nervios a los partidarios de la dureza, esto es, de negar a Catalunya el pan, la sal y hasta el saludo).
Luego está el segundo aspecto. Me refiero al tono amable, congraciador, simpático incluso, que emplea Rajoy en la conversación con el imitador de Puigdemont . Un tono que nada tiene que ver con la estrategia pública de asedio institucional a la Generalitat que practica el Gobierno del PP y, por, supuesto, el propio Rajoy . En otras palabras: la conversación nos muestra a un hombre encantador y elude la distancia, rasga el telón que separa lo público y lo privado. La representación y la realidad. Lo supo contar Arthur Miller en un delicioso librito editado aquí por La Campana, La política i l’art d’actuar . Miller se aproxima al mundo de la política desde el de la dramaturgia, describiendo agudamente cómo la hegemonía de la imagen ha transformado a los políticos en actores. Una de las conclusiones a las que llega es que al tener que actuar constantemente y ejecutar acciones preparadas y ensayadas, los líderes políticos pierden autenticidad.
Esa es seguramente la palabra: autenticidad. En el diálogo telefónico nos chocamos con un Rajoy auténtico , tal vez incluso con el auténtico Rajoy . Como me hizo ver una estudiante el mismo jueves, el Rajoy humano de la radio a mucha gente le cayó simpático. Al caer la máscara, el ciudadano obtuvo el privilegio de contemplar a la persona oculta tras el político, algo que se produce en contadas ocasiones.