Ríanse ustedes del lamentable espectáculo que ofrecieron los partidos independentistas antes de acabar invistiendo a Carles Puigdemont, pues lo de Madrid va camino de resultar mucho peor. Los diferentes protagonistas de la función proclaman siempre que pueden que lo que les guía es, y solo es, el interés de España y de los españoles. Una vez dicho esto con solemne convicción, todos sin excepción proceden a poner por delante ávidamente sus intereses y prejuicios particulares y los de su tribu de partido.
El comité federal del PSOE del sábado no fue, y así se encargó de hacérnoslo saber Miquel Iceta, un cafarnaúm, pero sí un tour de force decisivo entre los que quieren liquidar a Pedro Sánchez, a quien ven como una anomalía, y los que están por darle la oportunidad de llegar a la Moncloa.
Los primeros –un grupo de barones liderados por la andaluza Susana Díaz – le impusieron un plazo al secretario general: el próximo congreso se celebrará en mayo. Eso significa que si para entonces no ha cruzado el umbral de la Moncloa, su continuidad será improbable. Además, estos barones –dejo al margen a Felipe González , convertido en un esperpento de sí mismo– rechazan que su jefe de filas pueda gobernar gracias a –¡qué horror!– los independentistas catalanes (ERC y Democràcia i Llibertat) o a Podemos si Pablo Iglesias mantiene su propuesta de referéndum en Catalunya.
Le exigen a Sánchez, pues, que seduzca a Albert Rivera y sus muchachos y muchachas. Es evidente que los que ponen tantas condiciones a Sánchez –a quien pretenden someter a una tortura similar a la que dispensaba el lecho de Procusto– lo hacen porque no le quieren bien, porque son tan miopemente españolistas como el PP y porque barruntan que cualquier alivio a los catalanes (especialmente en financiación) va en perjuicio de sus intereses.
Pero Sánchez se sacó un buen conejo de la chistera el sábado. En una jugada hábil –bastante más que la de Rajoy declinando una sesión de investidura perdedora– anunció por sorpresa que someterá a la aprobación de la militancia cualquier pacto con otras fuerzas. Sánchez sabe que, caso de haber acuerdo, el que sea, es mucho más fácil recibir el visto bueno de las bases que de los barones. Y que estos lo tendrán muy difícil para anular –aunque pueden hacerlo– aquello que la militancia haya validado.
Escribí (el 28 de diciembre) que, tras el furibundo ataque desencadenado entonces por Susana Díaz contra su secretario general, el PSOE estaba en peligro. Lo sigue estando. Y como lo peor que le puede pasar es caer en manos de Díaz y sus adláteres, espero que Pedro Sánchez, un tipo que está demostrando no ser tan poca cosa como temíamos, halle la salida del laberinto en que le han adentrado la aritmética electoral y las traiciones y deslealtades en sus filas.