Entiendo perfectamente el cabreo de los participantes en el congreso fundacional del nuevo partido que relevará a CDC. Artur Mas y su equipo, permítanme la metáfora automovilística, se pasaron de frenada. Abusaron de la confianza que en ellos se había depositado, se les fue la mano.
Por ejemplo, al anunciar el miércoles el ‘ticket’ Mas-Munté. A mi entender, el presidente debe ser Mas. No tengo tan claro que Neus Munté, persona valiosa, sea la idónea para la vicepresidencia, cuando está claro que va a seguir en el gobierno con Carles Puigdemont (¿Dónde queda el ‘modelo PNV’ de separación gobierno-partido?). También erraron al poner sobre la mesa el asunto del nombre de la formación (solo dos opciones, mediocres, destapadas en el último momento). Igualmente, al prefigurar que la nueva dirección debía ser votada en bloque (al final no se hará así). La dirección se elegirá en un nuevo cónclave dentro de dos fines de semana y, en mi opinión, debe disponer de un hombre o una mujer claramente al frente, alguien que además de tener poder, encarne los valores del recién nacido Partit Demòcrata Català.
La mecha la encendió la cuestión del nombre, pero estaba alimentado por la irritación ante la desagradable sensación de los congresistas de que querían tutelarlos. Los presentes en el centro de convenciones de la plaza Willy Brandt de Barcelona rechazaron lo que vieron como un excesivo afán de control sobre los resultados de un congreso que, les habían prometido, sería abierto, participativo, realmente democrático. Es verdad que en muchas cosas realmente lo fue, sería injusto no consignarlo, pero ello quedó empañado por maniobras como las citadas. Los presentes reclamaron formas nuevas. Y les disgustaron ciertos viejos tics. Por eso se rebelaron e hicieron recular unas cuantas veces a la dirección.
Quieren ser escuchados quieren levantar, sí o sí, algo nuevo y esperanzador. Un partido mejor para un país mejor. Ambicionan futuro. Otorgaron a Mas la confianza -por otra parte, sobradamente ganada- para organizar la transmutación de CDC, pero exigen ser ellos quienes decidan, quienes tengan la última palabra. Ser cocineros, no limitarse a engullir platos precocinados.
Realmente, varios momentos vividos este fin de semana fueron desacostumbradamente tensos y desagradables. Protestas, tensión, cierto caos organizativo y un poco de desmadre.Como posible atenuante, las dificultades evidentes del reto de bajar la persiana de CDC y, sin solución de continuidad, crear algo nuevo.
Lo sucedido entraña, sin embargo, una dimensión nada anecdótica sino transcendental y muy positiva para los convergentes. Este fin de semana han demostrado, al menos los que acudieron al congreso, que están vivos. No son el anciano renqueante ni el moribundo que algunos quisieran. Están más vivos incluso de lo que los organizadores del congreso calcularon. Hay ideas y hay energía.
Puigdemont, el líder electoral del nuevo partido, se encargó este domingo de cerrar el congreso. Satisfecho por el desenlace final, no pudo dejar de admitir que el parto no había sido fácil: hemos “sudado” la refundación, dijo.