Mientras el PP se encharcaba un poco más en distintos escándalos –Soria, Bárcenas, Barberá, Matas– y se pedían seis años de prisión para el expresidente andaluz Griñán, amén de la inhabilitación de su predecesor Manuel Chaves, en Barcelona se producía la pasada semana un episodio que, aunque menos grave, sí que me parece también lamentable.
Me refiero al enfrentamiento entre la alcaldesa Ada Colau y el Gobierno de la Generalitat tras un provocador tuit de la primera: “Exigimos al Govern que los Mossos no vuelvan a desahuciar nunca más a una familia con criaturas. ¡Los derechos de los niños tienen que prevalecer siempre!”. Se refería la antigua portavoz de la PAH (Plataforma d’Afectats per la Hipoteca) a un desahucio en Sants. El fogonazo era perfecto: la policía y el Gobierno (los malos), de un lado, y unos niños arrojados –por culpa de los malos– a la calle, del otro, mientras la alcaldesa, justa y compasiva, salía valerosamente en defensa de los más débiles.
Podríamos definir ‘demagogia’ como la práctica política consistente en ganarse torticeramente el favor de los ciudadanos sirviéndose de sus sentimientos elementales.
Replicaron primero los Mossos para recordarle a la alcaldesa que ellos no desahucian, sino que su función es garantizar el orden. Lo hacen los juzgados. Luego, desde el Govern, la ‘consellera’ Borràs señaló, también vía Twitter, que la Generalitat ha evitado 2.000 desahucios en el primer semestre del 2016 y 4.300 en el 2015. Borràs añadía una acusación directa: el ayuntamiento no había informado a la Generalitat de la situación de la citada familia de Sants. Tuvo el buen gusto de no recordarle a Colau la campaña de asedio que lanzó contra el alcalde Trias culpándole de los desahucios en Barcelona.
Luego se supo que, en efecto, el ayuntamiento conocía lo que iba a ocurrir en Sants y que, además, la familia había pedido en junio un piso municipal ante el inminente desalojo.
Lo primero que uno se pregunta es si Colau ejecuta este tipo de maniobras –pues no es la primera vez– de forma espontánea o responden a una estrategia propagandística prediseñada, pero confieso no conocer la respuesta. Sea como fuere, la políticamente relevante es la segunda cuestión: este tipo de zarpazos demagógicos, ¿contribuyen o no a hacer más popular a la alcaldesa, refuerzan o debilitan su liderazgo?
Mi opinión es que más bien la ayudan, siempre que no abuse, pues la gente finalmente acabaría dándose cuenta del timo. Aunque sea triste, este tipo de ataques políticos injustos pueden resultarle electoralmente rentables, pues los ciudadanos suelen quedarse con una idea o impresión superficial de los acontecimientos, y son pocos los que tienen ganas y tiempo de ir más allá del primer titular y constatar que entre lo que dice Ada Colau y la realidad suele mediar un buen trecho.