El intercambio de cartas entre los presidentes Carles Puigdemont y Mariano Rajoy fue el colofón formal y simbólico de un largo desencuentro. Su preámbulo fue la conferencia en Madrid del primero, de la que se ausentó el PP, pero no un par de cientos de ruidosos y violentos fascistas.
La última cortina de humo de Rajoy y el PP ha consistido en retar a Puigdemont a comparecer en el Congreso. Cuando lo hacen, y cuando insinúan que no hacerlo es de cobardes, lo que pretenden es meter al ‘president’ en una ratonera. No buscan concertar un ejercicio de verdadera democracia parlamentaria. Sino humillarlo y con él a todos los catalanes, a los cuales representa. Pretenden someter a Puigdemont no solo al rechazo, sino también a un chaparrón de insultos, menosprecios y amenazas. Quien quiera saber de qué hablo que recuerde lo que sucedió con el lendakari Ibarretxe. Cómo pretendieron vejarlo. Fue indigno.
En el frente catalán, la buena nueva para Rajoy se la ha ofrendado en Sitges Juan José Brugera, del Cercle d’Economia, que le ha pedido a Puigdemont que vaya al Congreso. No hace tanto, el Cercle no necesitaba actuar de eco del PP. Había más talento y valentía.
Decíamos que el intercambio epistolar entre los presidentes era el final de un tiempo. ¿Qué viene ahora? Sin duda, Puigdemont y la Generalitat van a intentar convocar el referéndum. Sin duda, el PP utilizará, así lo ha anunciado, todos los resortes a su disposición. Como sabemos, por la ‘guerra sucia’ contra el independentismo, por la colonización de la justicia, el PP se concede a sí mismo amplios márgenes de actuación.
En términos ajedrecísticos, el Estado goza de una posición mejor, bastante mejor. Sin embargo, por primera vez Rajoy se verá obligado a tomar decisiones y a hacerlo, además, bajo presión, pues un error puede echarlo todo a perder. Hasta ahora esto no había sido así. Por si fuera poco, el PP no se conforma con vencer. Quisiera doblegar al soberanismo. Barrerlo del mapa. Por eso precisamente hablan de “dictadura” y “golpe de Estado”. Por eso no ha ofrecido nada a Catalunya. Por eso no ha habido propuesta alguna ni ‘rercera vía’, como algunos, con buenas o malas intenciones, han reclamado hasta la extenuación.
Sea como sea, las cosas se pondrán feas. Y, en muchos sentidos, realmente incómodas en Catalunya. El soberanismo, que, por su parte, ha incurrido en no pocas equivocaciones -como, por ejemplo, dejarse arrastrar por la idea de que el proceso debía culminar rápidamente, el famoso “tenim pressa”-, no tendría que perder de vista qué es lo auténticamente importante. El objetivo es quedar en una posición más ventajosa que ahora tras el inminente choque. Es decir, en síntesis, con una mayor porción de catalanes a favor del referéndum y por la independencia. El soberanismo ha de esforzarse en calcular, pues, más allá, estratégicamente. Manteniendo siempre en mente que la clave continúa y continuará estando donde ha estado siempre: en la voluntad de los catalanes.