La declaración de independencia votada en el Parlament el pasado día 27, aquel viernes después de aquel jueves tempestuoso, fue una declaración sin ningún efecto práctico. Era obvio que la Generalitat no iba a poder tomar el control del país, esto es, fronteras, infraestructuras, comunicaciones, etcétera. Lo sorprendente, al menos para mí, no fue eso sino el inmediato y absoluto vacío que se produjo. Cuando apenas había nacido, la República Catalana se diluía ante nuestros ojos como un espejismo.
En mi niñez solíamos divertirnos, en el patio de la escuela o en la calle, con el juego del pañuelo. Se trataba de coger el pañuelo antes que el contrario y entonces correr por donde habías venido lo más rápido posible, intentando no ser alcanzado. Eso fue lo ocurrió más o menos aquel viernes y los días siguientes.
Mariano Rajoy activó a continuación el 155 -artículo que, según su abusiva interpretación, le permite a uno hacer casi lo que dé la gana- y convocó elecciones catalanas para el 21 de diciembre, esto es, optó por una especie de 155 exprés. Oriol Junqueras y ocho ya exconsellers eran encarcelados -Jordi Sànchez y Jordi Cuixart ya estaban entre rejas-, mientras Puigdemont y otros cuatro miembros del Govern se refugiaban en Bruselas.
Hasta aquí una parte, muy importante, de la película, cuyo colofón fue anoche el ingreso en prisión -bajo fianza-de Carme Forcadell. Empieza ahora la segunda parte, que no sabemos cómo va a ser, pero que se está amasando, a partir de fuerzas y materiales diversos, en estos momentos.
La discusión es sobre si una sola lista soberanista-independentista o varias forma parte de este cambio de guion. A mi juicio, no se discute tanto si una fórmula u otra es mejor para conseguir más votos y más escaños, sino que se está dilucidando en realidad la estrategia y el relato. O sea: sobre qué hacer a partir de ahora. Qué hacer una vez que todo el mundo tiene claro que se ha agotado una etapa. Que el procés va a continuar, sí, pero de manera notoriamente diferente, tal vez muy diferente.
El eje izquierda-derecha
En uno de los polos se halla ERC, con su afán de gobernar en Catalunya, algo que va unido, probablemente, a la formación de un gabinete en que la independencia dejaría de ser el vector único en beneficio de un recuperado eje izquierda-derecha. Igualmente, es previsible el retorno al campo base del referéndum acordado con el Estado, y que, en sintonía con ello, se entierre el tenim pressa y el o ara o mai.
En el otro polo, en el otro extremo de la escala de grises, ese encuentra el president depuesto Puigdemont, una parte de la dirección del PDECat y muchos independentistas de buena fe -también de la órbita de ERC- de todas las sensibilidades, algunas de las cuales podrían ser tentadas por el radicalismo. Ninguno de ellos entiende que, tras tantos esfuerzos y tras haber llegado tan lejos, y cuando más duras y complicadas son las cosas, se dé marcha atrás para volver a la competición partidista convencional en lugar de confrontar con todas las fuerzas al tridente unionista de Ciudadanos, PSC y PP.