Repetirán algunos, en un tono quizá de suficiencia, quizá de aburrimiento, que lo mejor de la reunión de este lunes no es otra cosa que la propia reunión, esto es, que haya tenido lugar. Es cierto, aunque, a su vez, entraña un error mayúsculo, tremendo, tomárselo con suficiencia o aburrimiento. Como todo el mundo sabe, la reunión no tenía como meta abordar el gran asunto sobre la mesa: la voluntad de una gran mayoría de catalanes de decidir el futuro de Catalunya por la vía democrática del referéndum, es decir, la autodeterminación.
Ninguno de los dos presidentes, ni Pedro Sánchez ni Quim Torra, tienen hoy margen para ello. El primero no lo tiene para conceder y el segundo, para ceder. La prueba está en que ambos han sido y continuarán siendo acusados de traición a la patria. Sánchez por el españolismo radical –PP, Ciudadanos, algunos socialistas-, Torra, por la CUP y los sectores que sintonizan con los planteamientos de Puigdemont. Tampoco las bases del PSOE están dispuestas a concesiones substanciales ni, las independentistas, a poner la marcha atrás y olvidarse de todo.
El encuentro, pues, congregó bajo el techo de La Moncloa a dos debilidades. Sánchez desea consolidarse en el poder para convocar y ganar las próximas elecciones españolas, con el objetivo de conformar una mayoría más sólida. Requiere tiempo también Torra para que el debate, con frecuencia agrio, sobre la estrategia a seguir por parte del independentismo vaya decantándose y definiéndose.
El horizonte del primero es intentar restar fuerza al independentismo lanzando una propuesta atractiva para Catalunya. El del segundo debería ser sumar a más catalanes y situar el independentismo tan por encima del 50% como se pueda y trastocar así la actual relación de fuerzas.
La posición de Rajoy
Las dos partes necesitan, pues, ganar tiempo. Y, por tanto, que el diálogo continúe, no se quiebre. Y buscar en la medida de lo posible acompañar sus narrativas correspondientes con acciones visibles, concretas, que les ayuden a robustecer sus posiciones. Las dificultades, ciertamente, no son pocas ni menores, sino definitivamente lo contrario.
Empezaba diciendo que es un error mayúsculo tomarse el inicio del diálogo con suficiencia o aburrimiento. Recordemos que Rajoy rechazó por activa y por pasiva hablar con Catalunya. Portazo tanto a Mas, como luego a Puigdemont y, por descontado, a Torra. Renunció a la política y optó por pasar la patata caliente a la policía y a los jueces. De esos polvos estos lodos.
Sánchez y también Torra –pues no es poco haber pasado de alguien, el líder del PP, que se jactaba de machacar al independentismo a alguien que lo reconoce como interlocutor- han de subrayar el valor del diálogo, la vuelta a la política. Y hacerlo con coraje, con convicción.
Tienen que hacerlo siendo conscientes, no obstante, de que la cuestión –me refiero ahora al meollo del asunto- requiere tiempo, madurez y valentía, y eso suponiendo, que es bastante suponer, que algún día pueda llegar a resolverse de forma acordada.