Cuando uno tropieza con una piedra en el camino, debe levantarse y, por encima de todo, intentar no tropezar con ella de nuevo. Cuando uno no es capaz de saltar un muro debe entrenarse duro para poder conseguirlo. Cuando uno fracasa antes de volver a intentarlo ha de analizar por qué fracasó. Todo ello parece obvio, ¿verdad? De hecho, la historia del ser humano no es más que un enfrentamiento sostenido contra sus limitaciones y la búsqueda de maneras de adaptarse a las dificultades del entorno.
Pese a ello, una parte del independentismo parece tener grandes dificultades para reconocer los fallos y diseñar la nueva estrategia a seguir. Negarse a hacer el ejercicio imprescindible de, manteniendo el objetivo, revisar la estrategia es, sin duda, un mal negocio. Lanzarte de nuevo contra el muro sin que nada, ni en el muro, ni en ti, ni en el contexto, haya variado sustancialmente es un error que no te acerca a la meta.
Viene esto a colación de los acontecimientos que se han sucedido en los últimos días en este espacio político. Carles Puigdemont, moviendo los hilos desde Alemania, ha conseguido defenestrar a Marta Pascal y hacerse con el control del PDECat. Busca liquidarlo y poner su estructura y activos al servicio del nuevo proyecto presidencial, hoy llamado Crida Nacional per la República, que, previsiblemente, cobrará forma de partido. El 130º presidente de la Generalitat necesita absorber al PDECat para convertir la Crida en un gigante político lo antes posible.
Puigdemont, sin embargo, no parece haber hecho una reflexión profunda sobre los hechos del pasado octubre ni sobre cómo y por qué el independentismo llegó a esas fechas cruciales tal como lo hizo. Tampoco -o al menos no públicamente- le hemos oído hacer un balance de daños ni reconocer equivocaciones, algo que no solo era esperable, sino que es también exigible. Puigdemont y los que le rodean están lanzando un mensaje inequívoco: nada que considerar, nada que corregir: persistir como si nada hubiera ocurrido. Implementar la república.
El artefacto político de Puigdemont, a tenor de lo que vamos sabiendo, se caracterizará, amén de lo ya dicho, al menos por dos cosas. Por el hiperliderazgo del ‘president’ en el exilio -que se ha ido reforzando con la épica de su combate contra el Estado español- y por una apelación constante a la gente, al pueblo. Las críticas que los portavoces de la Crida, lanzan, ora sí ora también, contra los partidos convencionales, considerándolos prácticamente a antiguallas, suenan a veces a radicalidad democrática y, otras, a populismo ‘soft’.
A partir de ahora, el ‘president’ Puigdemont -como hizo en diciembre derrotándola en las urnas- intentará impedir que Esquerra se haga con la hegemonía en el independentismo. ERC ha actuado de forma contraria a como él lo hace. Mientras este último sigue instalado en la creencia de que querer es poder, los de Oriol Junqueras pasaron de exigir la declaración de independencia a adoptar, a continuación, y como un rayo, una aproximación eminentemente pragmática.