Nos hallamos a las puertas del juicio de los líderes políticos y civiles del independentismo, un acontecimiento que va a marcar dolorosamente, se quiera o no se quiera, las relaciones entre Catalunya y España durante largo tiempo. La vista oral ante siete magistrados del Supremo, que será retransmitida en directo, va a desatar un vendaval de emociones del que nadie va a poderse sustraer.
El independentismo, pero no exclusivamente el independentismo, va a seguir lo que pase atrapado por una abigarrada mezcla de sentimientos difíciles de gestionar. Excitación, pasión, solidaridad, tristeza y rabia. Son muchos los motivos que llevan a pensar que estamos ante una operación de estado para escarmentar, para castigar con crueldad ejemplarizante, a un movimiento democrático.
Que se mantenga, pese a las toneladas de pruebas en sentido contrario, que hubo violencia es solo la más evidente de las sombras que acumula la causa instruida por Pablo Llarena. El ‘president’ Quim Torra, su gobierno y todo el independentismo van a estar volcados en el juicio, inmersos en lo que vaya ocurriendo. Protestando, denunciando, manifestándose. Va a ser complicado que el Govern gobierne. Y si ya era poco probable que el independentismo dejara tramitar a Pedro Sánchez los presupuestos y los negociara, tal posibilidad va a resultar todavía más más improbable una vez el juicio se haya puesto en marcha.
En realidad, va a ser casi imposible. Pero no debería serlo. Pese a lo acontecido, que a estas alturas es mucho, hay que intentar, desde Catalunya, separar el conflicto político con el Estado de otras cuestiones. El Govern debe seguir funcionando, haciendo su labor, despachando asuntos cada día. Y lo mismo en cuanto a las relaciones con el gobierno de Madrid, lo que incluye naturalmente la cuestión de los presupuestos. No es verdad que no se puedan hacer dos cosas a la vez. Tampoco está escrito en ninguna parte que el juicio deba arrastrarlo todo con él como una riada inapelable. Considero, por contra, que el independentismo debe hacer un esfuerzo -un esfuerzo ciertamente titánico- para, pese a la tristeza y la rabia, mantener la cabeza fría.
Mantener la cabeza fría por puro y desnudo interés. Por interés propio y por el interés del conjunto de los catalanes. A los posconvergentes y a ERC les interesan unos nuevos y mejores presupuestos españoles, y también les interesa sacar adelante los de la Generalitat, algo en que el PSC podría arrimar el hombro. Además, por supuesto, a Catalunya no le interesa para nada que se propicie el encumbramiento de la derecha salvaje.
Decir que si el Ejecutivo español no negocia sobre la autodeterminación no hay nada que hablar es, en el mejor de los casos, una mala excusa. Lo que no significa en absoluto que Sánchez pueda quedarse sentado a esperar. Para él el juicio va a ser un auténtico infierno, y deberá transitarlo procurando que la fina cuerda con los independentistas que lo convirtieron en presidente no se rompa a las primeras de cambio.