A estas alturas de la película todo parece ir como una seda para Pedro Sánchez. Las encuestas públicas y no públicas así lo señalan. Incluso resulta imaginable, ya digo, a día de hoy, que pueda elegir entre pactar a la izquierda prescindiendo de los independentistas catalanes o a la derecha, o sea, con Ciudadanos.
Sánchez, por consiguiente, arriesga lo mínimo. Poco contacto con la prensa y sus preguntas incómodas, apariciones estelares aquí y allá y, sobre todo, mucho cálculo en lo que hace y dice, no vaya a ser que después de tantos esfuerzos las cosas se estropeen.
El socialista lo tuvo clarísimo desde el día en que, gracias a la moción de censura, se vio en la Moncloa. Iba a exprimir el tiempo que estuviera en el poder para hacer campaña y construir su victoria en las elecciones, fueran estas cuando fueran. Y así lo hizo. Aprovechó para intentar ganarse a los españoles. Recuerden, por ejemplo, sus famosos ‘viernes sociales’.
Sánchez no es un intelectual y quizás no tenga grandes ideas, pero es un táctico consumado, amén de poseer una fe ilimitada en sí mismo y su buena estrella. Cuando detectó la oportunidad de convocar a las urnas en un contexto para él favorable, se lanzó con determinación. Las tres derechas habían pinchado en la plaza Colón y, además, los independentistas catalanes, extraviados en su laberinto, le sirvieron la coartada en bandeja de plata.
El líder del PSOE censuró en su día muy severo el pacto del PP y Ciudadanos con Vox en Andalucía. Llevaba toda la razón al denunciar la alianza con los ultras. Sin embargo, como es sobre todo un táctico, luego ha sucumbido él también a la tentación mefistofélica: preferir un debate con Vox (con cero diputados en el Congreso) en una televisión privada a un debate a cuatro, es decir sin Abascal, como el que ofrecía RTVE.
¿Por qué? Sencillamente porque él y los suyos creen que les irá mejor con las tres derechas en el plató que solo con Casado y Rivera. Amén del desprecio que ello supone para la televisión pública, que es la de todos, Sánchez está haciendo un gran favor a los ultras, cosa que alguien con la suficiente firmeza democrática no haría jamás. A la hora de beneficiarse, el presidente del gobierno español, que presume de ser de izquierdas, no ha tenido inconveniente en contribuir, y de qué manera, a la normalización y blanqueamiento de Vox.
Como decía, en Sánchez siempre prima la táctica sobre el resto. Otro ejemplo: el candidato del PSOE acaba de deslizar que no va a negociar su investidura con los independentistas catalanes. Si quieren convertirlo en presidente, que lo hagan gratis, sin pedir nada a cambio. Igual, por lo tanto, que en la moción de censura. Añade que, si hace falta, pues convoca otras elecciones y se queda tan ancho. Sánchez combate la acusación de complicidad con los independentistas, a los que sitúa al filo de la humillación, y a la vez lanza un guiño a los ricos y poderosos del todo Madrid, que presionan por un futuro ejecutivo con Albert Rivera de socio del PSOE.