Distanciémonos, aunque sea solo un poco, de las anécdotas y los detalles. Las elecciones del domingo las ganó, rotundamente, Pedro Sánchez. Él va a ser el nuevo presidente. El líder del PSOE ya ocupa la Moncloa, pero no es lo mismo hacerlo con 85 diputados y gracias a una moción de censura que con 123 y por voluntad de una gran mayoría de electores.
Se abren ahora ante Sánchez dos caminos, una bifurcación, que conducen a dos lugares muy distintos. Puede tomar el camino de la izquierda, y forjar una alianza con Podemos. O puede elegir el de la derecha, lo que supone apoyarse en Ciudadanos. El segundo camino es el que anhela, y a favor del cual va a ejercer toda la presión de que es capaz, el mundo de las grandes empresas y de las finanzas, así como los aparatos del Estado.
Pero el pacto con Ciudadanos no es de ningún modo lo que quieren los electores del PSOE, que acudieron en masa a las urnas precisamente para cerrar el paso a la derecha ultraespañolista, que hoy se presenta con tres etiquetajes: azul, naranja y verde. Así se lo gritaban a Sánchez sus fieles la noche de las elecciones: “¡Con Rivera, no!”.
Catalunya, por su parte, votó a los independentistas y a la izquierda. A la Inquisición derechista le concedió solamente 7 de los 48 diputados en juego. Los que apostaron por el PSC lo hicieron para ayudar a levantar un gran dique contra la derecha furiosa, pero también porque rechazan la humillación de Catalunya con que sueña el trío de la derecha.
A los independentistas, los votaron por dignidad nacional y democrática, y porque muchos catalanes son conscientes de que el independentismo no puede flaquear en estos momentos. Entre las dos grandes ofertas de que disponían, ERC y Junts per Catalunya, prefirieron a la primera, es decir, a la que ha defendido una estrategia más realista y clara.
Para abordar la reclamación independentista, españoles y catalanes señalaron el domingo a los que, desde uno y otro lado, consideran que mejor pueden contribuir a una posible solución. Que son los más adecuados para explorar el camino angosto y pedregoso de un acuerdo, camino que, ciertamente, no pasa por Ciudadanos.