El ‘Breviario de los políticos’, del cardenal Mazarino, comienza recalcando dos principios fundamentales. El primero es “conócete a ti mismo”, y la reflexión del autor empieza con una pregunta: “¿Te domina la ira, el miedo, la temeridad o cualquier otra pasión?”. El segundo es “conoce a los demás”.
Pienso en Mazarino cuando se ha hecho pública la sentencia del Supremo contra los líderes del ‘procés’. Muchos, muchísimos años de cárcel. Tras la larga espera, en cuyo tramo final se han sucedido una serie de incidentes que han incrementado la tensión, la sentencia finalmente ha llegado. Ya empiezan las protestas por las condenas no de un juicio normal, sino de una causa que forma parte de lo que es en gran medida una operación de estado para atemorizar a los catalanes que reclaman el derecho a decidir su futuro.
Injustas y desproporcionadas
Las condenas, no por temidas menos dramáticas, son percibidas por el soberanismo, y también por otras muchas personas, como absolutamente injustas y desproporcionadas.
El conjunto del soberanismo y el independentismo se encuentra ahora ante un dilema. Por una parte, quiere y debe expresar su rechazo a las condenas y, en general, a cómo el Estado ha tratado sus demandas. Por otra, sabe, o debería saber, que las manifestaciones o acciones de protesta van a ser escrutadas hasta el más mínimo detalle por aquellos que salivan ante la posibilidad de tomar, por el camino que sea, el control de Catalunya.
Que la Constitución proteja el derecho de manifestación y la libre expresión no va a ser óbice para activar las palancas legales y judiciales necesarias si hay una mínima coartada para ello. El listón de lo tolerable en términos de derechos y libertades ha descendido ostensiblemente en España en los últimos tiempos. Que la sentencia del Supremo coincida con un período electoral enrarece más todavía el ambiente.
Las protestas por las altísimas condenas no solo deben llevarse a cabo, sino que tienen que expresar un rechazo firme y masivo. Pero también imaginativo y pacífico. Como bien advierte Mazarino, las pasiones, por legítimas que sean, son malas consejeras. Pasión y razón deben ir de la mano para no caer en la emboscada en que puede convertirse esta delicada situación. Ha de ser consciente de ello la ciudadanía, pero también los principales líderes independentistas: Torra, Puigdemont, Junqueras y los ahora condenados.
Dominar las pasiones es vital cuando uno ha sufrido un grave batacazo y se encuentra en clara desventaja en cuanto a la relación de fuerzas existente. La mayoría lo sabe, aunque algunos vean las condenas como una segunda oportunidad para acometer lo que en octubre de 2017 no es que fracasara, es que no se intentó siquiera.
El soberanismo y el independentismo deben mantener estos días la mirada clavada en el horizonte, en sus objetivos, con los cuales las protestas y todo lo demás han de alinearse. Lo más importante, a mi juicio, es reordenarse y fortalecerse disciplinadamente y en diálogo con el conjunto de la sociedad.