Hay unos que creen que es mejor el camino corto y otros convencidos de que lo más inteligente es seguir el camino largo. Tomo prestada la metáfora de un amigo, que la utilizó para describir la discrepancia estructural, más allá de movimientos, entidades, partidos y personas, hoy existente en el seno del movimiento soberanista.
Los del camino corto son los que creen que no cabe esperar. Que la anhelada oportunidad, el ‘momentum’, puede ser ahora. Que el Estado español flaquea, sus cimientos se agrietan, que no va a resistir un último y contundente embate. Los del camino corto son los que lo confían todo a la fuerza de la calle, lo realmente importante, dicen. Aprovechar la situación. Para ello, hay que liquidar debates y distancias ideológicas. Lo importante es ser una piña y avanzar rápido, vigorosamente y con mucha determinación. El último sprint hasta la meta.
Se felicitan por la reacción pacífica de la gente ante la sentencia, pero, aunque no lo confiesen abiertamente, ven también elementos positivos en los enfrentamientos entre la policía y grupos de jóvenes, dado que, barruntan, aceleran los acontecimientos y contribuyen a la escalada del conflicto. Los enfrentamientos, el fuego y los destrozos han servido, recalcan, para que el mundo vuelva a mirar a Catalunya y se pregunte perplejo por qué España -Pedro Sánchez- no se sienta a hablar con el independentismo. Las imágenes de los inaceptables desmanes policiales resultan igualmente de ayuda.
Los del camino largo, en cambio, si bien alientan y participan como el que más de las manifestaciones de protesta por la sentencia del Supremo -que han recibido como una aberración inspirada por la voluntad de escarmiento-, consideran que, tras el fracaso del otoño de hace dos años, con la declaración simbólica y fallida de independencia, lo que le conviene al soberanismo es reordenarse, fijar una estrategia plausible y planificar a medio y largo plazo. Hay que reponerse y fortalecerse para conseguir superar con holgura el 50%. Y esperar el momento para forzar una negociación que no excluya el referéndum.
Entre los que han protagonizado las noches de furia en Barcelona y otras ciudades, hay de todo. Es seguro, sin embargo, que, aparte de grupúsculos antisistema o profesionales de la reyerta, se encuentran muchos jóvenes que han decidido que, tras tantos años de ‘procés’ sin resultado positivo alguno, tras tanto desprecio ante unas reclamaciones que consideran justas, ha llegado el momento de cambiar de táctica. Como ellos dicen, se han acabado el ‘llirisme’ (inocencia, bobería) y la ‘revolución de las sonrisas’. Nosotros no estamos dispuestos a seguir ofreciendo la otra mejilla, remachan.
Cuando los pragmáticos o realistas, los del camino largo, les recuerdan que el independentismo es pacífico por naturaleza y que debe continuar siéndolo, los jóvenes airados esgrimen las exorbitantes condenas, las detenciones y a los que han tenido que huir al extranjero. Al final, concluyen, ¿todo esto para qué? ¿De qué os han servido a vosotros tantos Onze de Setembre masivos y sin tirar un papel al suelo?