uando hablamos del ‘brexit’ solemos situar el foco en el populismo y en la campaña gracias a la cual los antieuropeístas ganaron el referéndum del 2016. Tengo la impresión, sin embargo, de que esto es mirar más el dedo que a la luna, en el sentido de que lo primero y más importante es averiguar las causas que hacen que los ciudadanos de un país avanzado opten por salir de la UE, lo que a muchos nos parece un auténtica equivocación, que daña al proyecto europeo, pero, sobre todo, a los ciudadanos del Reino Unido, tanto a los del ‘leave’ como a los del ‘remain’.
En cuanto a la campaña del ‘brexit’, quizá vale la pena hacer notar que el populismo de derechas -también existe el populismo de izquierdas-, juego sucio y demagogia aparte, demostró ser más sofisticado y más innovador que los partidos convencionales en cuanto al uso de la comunicación y la propaganda, en especial de internet y las redes sociales.
Globalización y miedo al futuro
Pero es evidente que las campañas tienen éxito si conectan con las emociones, las creencias y los valores profundos de las personas. La globalización y el miedo al futuro, los prejuicios en relación con la inmigración o, entre otros, los avances como el reconocimiento de los matrimonios homosexuales y del papel de las mujeres han provocado -todo junto- una reacción de una parte de la población que se siente entre desconcertada y enojada, pisando un terreno amenazador. Es lo que Pippa Norris y Ronald Inglehart han bautizado como ‘cultural backlash’. Una reacción negativa ante los cambios. Una reacción de retorno a lo conocido, a lo aparentemente seguro.
Prácticamente en toda Europa se están produciendo dinámicas similares, condicionadas siempre naturalmente por las circunstancias y contextos de cada lugar. Muchos ciudadanos se sienten amenazados y tienen miedo, y, en esta situación, la vuelta instintiva a un pasado a menudo idealizado, el refugio en lo sabido, en la propia identidad, es una reacción habitual. Más aún en un país con una identidad fuerte, geográficamente externa al continente y con una historia imperial detrás como el Reino Unido.
Existen causas, en este caso específicas de la UE, un proyecto que sigue siendo vigente para muchos -entre los que me incluyo-, pero que es innegable que ha dejado de ilusionar. En buena parte por su desconexión, su aislamiento, de los ciudadanos y las sociedades al servicio de los cuales debe estar. Muchos perciben la UE como un ente a menudo indescifrable, casi abstracto, que, sin embargo, toma decisiones que afectan crecientemente a la vida cotidiana de la gente.
Resulta inseparable de este problema el grave déficit democrático de la UE, que sigue siendo un club de estados y controlado por los estados. Mientras tanto, los ciudadanos observan cómo las grandes decisiones no se toman en el Europarlamento, donde se sientan los representantes que ellos han votado, sino a través de estratégicas, egoístas y a menudo cínicas negociaciones entre gobiernos.
El egoísmo de los estados de la UE
Cada vez es más acentuada la deriva de los gobiernos hacia la defensa de sus propios intereses más que de los del conjunto de Europa. Cada vez se trata más de ir a Europa a sacar tanto como se pueda y procurando dar lo mínimo. Los gobiernos estatales, al optar más por la defensa de sus propios intereses que por la cooperación, proyectan la imagen de que ni siquiera ellos mismos creen realmente en el futuro de la UE.
Encima, lo que se llamó “la identidad europea” sigue siendo muy débil y superficial, seguramente más que antes. La identidad europea no tiene suficiente fuerza de tracción frente al egoísmo de los estados, que, como decíamos, están obsesionados por ganar fuerza negociadora y por subrayar sus respectivas identidades.
Con todo, en España el movimiento antieuropeo tiene poco impulso, aunque el desencanto, creo, sí es notorio. Pienso que tres factores pueden ser relevantes a la hora de intentar explicarlo: el primero, que España ha sido una de las grandes beneficiarias -económicamente, pero también en otros sentidos- de la UE. En segundo lugar, en España Europa ha ido asociada con la libertad, la modernidad y el desarrollo. La idea europea apareció como la principal ventana al mundo, el cielo abierto, después de tantos años de oscuridad franquista. Finalmente, porque la identidad española es débil, y lo es porque la derecha se ha apropiado de la bandera y porque España nunca ha sabido integrar la diversidad interna, nunca la ha visto como la riqueza que es, sino que para muchos constituye una enojoso estorbo. Un problema o un obstáculo que hay que remover.