El independentismo ha cosechado un muy buen resultado. Sus cimientos siguen demostrando una solidez extraordinaria. Tiempo atrás algunos sostuvieron, con indisimulado aire de suficiencia, que era un suflé y que iba a bajar más pronto que tarde. No ha ocurrido, al contrario. ERC, Junts per Catalunya y la CUP suman 23 escaños (uno más que el 28 de abril y el mejor balance conjunto del independentismo). En Comú Podem, partidarios, como los independentistas, de un referéndum, consiguen 7. Entre todos ellos, 30 de los 48 diputados que corresponden a Catalunya. Por su parte, los socialistas logran 12 representantes y los partidos españolistas de derechas (PP, Vox y Ciudadanos), 6.
Como el dinosaurio del cuento de Augusto Monterroso, los independentistas no desaparecen, aunque Pedro Sánchez, igual que un niño, insista en taparse los ojos con las palmas de las manos. Aunque simule que no existen -no quiso hablar con ellos en la ronda de contactos para su fracasada investidura- o se niegue a atender las llamadas del ‘president’ Torra. O quiera reducir un enorme problema político y de democracia a “un problema de convivencia entre catalanes”. O corra tras el PP, Ciudadanos y Vox y adopte una agresividad en relación a Catalunya de la que ningún presidenciable socialista había hecho uso jamás.
Esta vez, con la entrada de la CUP serán tres las voces del independentismo en el Congreso. En sí mismo eso no tiene nada de malo. Catalunya es plural. Lo único que se puede afear tiene que ver con la CUP, pues no es lógico que quien llama a arremeter inmediatamente contra el Estado, rechace los acuerdos y un grupo parlamentario unitario. En este apartado, ERC y Junts per Catalunya son más coherentes. Los primeros van por libre porque apuestan por una estrategia pragmática, a medio y largo plazo, mientras, por su parte, los posconvergentes, que en su estrategia se hallan más cerca de la CUP, reclaman aunar fuerzas.
Por más que resulta evidente que lo mejor para la defensa de su propuesta sería que el independentismo dispusiera de un gran grupo parlamentario en Madrid, ello no va a ocurrir. El motivo son las estrategias encontradas: la de ERC, la de la CUP y la de Junts per Catalunya. En el interior de esta última fuerza se libra, además, una áspera batalla entre los puigdemontistas y los dirigentes más pragmáticos. La ideología entre pueril e intransigente de la CUP actúa como elemento distorsionador, y dificulta poder contar seriamente con ellos.
Por si fuera poco, el independentismo quedó descabezado con la marcha al extranjero y el encarcelamiento de sus principales líderes, situación para la que las condenas del Supremo han supuesto el último aldabonazo. Al margen del papel que puedan seguir jugando, por ejemplo, Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, el independentismo necesita, y mucho, una nueva generación de dirigentes. Gente nueva que deberá darse a conocer, curtirse y ganarse la autoridad entre los suyos en muy poco tiempo. No va a resultar sencillo.