El llamado, todavía, espacio posconvergente -aunque del pasado convergente quede más bien poco- ha entrado en ebullición. La tensión es fuerte.
Arrecia la lucha soterrada entre los que sueñan con lanzar una nueva acometida contra el Estado lo antes posible y los que, desde el realismo, están por gestionar el presente, trabajar por la reorganización del independentismo y, sobre todo, por su robustecimiento político a medio y largo plazo. En el primer grupo se hallan Carles Puigdemont, Quim Torra y sus seguidores, entre ellos lo que se apuntaron a la Crida, hoy en declive. En el segundo, buena parte del PDECat y algunos círculos de Junts per Catalunya. Es un choque entre dos estrategias distintas -la de los que tiene prisa y menosprecian lo que antaño se conocía como las condiciones objetivas- y los que saben que queda mucho por hacer antes de poder forzar al Estado a acordar un referéndum, al cual, por supuesto, no renuncian.
Estamos también, inevitablemente, ante una lucha por el poder, una lucha por decidir quién tiene el mando. Puigdemont maniobra sin descanso por asegurarse el control y la obediencia absoluta del conglomerado, que desearía fundir en un solo artefacto bajo su liderazgo. Luego están los que, sobre todo en el PDECat, aceptan sumar fuerzas y voluntades, pero no disolver el partido, que quieren que conserve su naturaleza autónoma. Entre estos estaría el presidente del PDECat, David Bonvehí, y muchos dirigentes territoriales. Tal cosa contraría al ‘president’ Puigdemont. Su presión y la de sus acólitos sobre el partido es tal que se teme que intenten un golpe de mano contra Bonvehí. La reunión, el próximo sábado, del consejo nacional del PDECat podría resultar, pues, movida.
Al margen se halla el núcleo de exdirigentes convergentes -Marta Pascal, Carles Campuzano, Jordi Xuclà, etcétera- agrupados en torno a el grupo El País de Demà, que probablemente dará lugar a nueva fuerza política de corte independentista y pragmático, y opuesto al puigdemontismo.
Mientras sucede todo esto, JxCat reclama no quedar al margen de la negociación para la investidura de Pedro Sánchez. Lo ha repetido, por ejemplo, Laura Borràs, portavoz de JxCat en el Congreso y acérrima puigdemontista. Y lo ha hecho a pesar de que, hablando en plata, en este asunto JxCat es un actor secundario y prescindible. Lo que en ERC muchos temen es que JxCat acabe interfiriendo en la delicadísima negociación con el PSOE para finalmente quedarse en el ‘no’ a Sánchez. La segunda parte de tejemaneje consistiría en sacar rendimiento político-electoral de un posible acuerdo PSOE-ERC, criticando y socavando la decisión y el discurso de los de Oriol Junqueras.
No son, por su parte, pocos los posconvergentes que, desde el realismo antes aludido, preferirían que JxCat hiciera justo lo contrario. Es decir, que actuar en coordinación con ERC para alcanzar un pacto conjunto con Sánchez y devolver de este modo el asunto catalán al terreno de la política, o sea, al de la negociación entre gobiernos.