SIEMPRE LLEGA ESE momento en que la realidad se impone a la política. Conseguir el poder tiene mucho que ver con el olfato: con ser capaz de interpretar mejor las corrientes profundas de la sociedad, de intuir las pasiones y las razones presentes y futuras de los ciudadanos. No obstante, una vez instalados en el poder, los gobernantes se ven inevitablemente expuestos a la tentación de suavizar, de evitar en la medida de lo posible el roce con la realidad. A ello contribuye la rutina diaria y, en mayor medida, la cohorte de colaboradores que rodea al político, la meta de la cual es satisfacer al jefe, no contrariarle o incomodarle con malos augurios. Cuanto más tiempo pasa, más intensos se tornan los efectos de lo que se ha venido en llamar «el síndrome de la Moncloa».
Pero siempre llega ese momento en que la realidad se impone a la política, en que la burbuja estalla. A veces ni siquiera hacen falta unas elecciones. Lo sabe bien Jordi Hereu, que se metió, por exigencia de ERC, en el abigarrado laberinto de la consulta sobre la Diagonal. Hereu creyó, o le hicieron creer, que no hay mal que por bien no venga y que con un poco de maña el referéndum podía convertirse en el fogonazo que reavivara la declinante estrella del alcalde. Como se sabe, se saldó la aventura con un colosal fracaso, pues la opción escondida, la C, se impuso de forma apabullante, a lo que cabe sumar los graves fallos de organización e informática, que propiciaron la humillación del alcalde, quien tuvo que reconocer haber mentido y que en verdad no pudo votar.
También aterrizó forzosamente en la realidad Zapatero, al cual Merkel y la Casa Blanca -con Obama advirtiéndole por teléfono de lo que vale un peine- obligaron a llevar a cabo un recorte presupuestario que supone una violenta sacudida al estado del bienestar español. Zapatero, tras negar la crisis, tras dilapidar equivocadamente miles de millones de euros, tras enfrentarse a la patronal, tras perder meses y meses, tras los brotes verdes, tras afirmar que ya nos estábamos recuperando tuvo que negarse a sí mismo y a su partido y rectificar. El pasado día 12 presentaba un plan que en otras circunstancias los socialistas habrían atribuido al mismísimo Lucifer. Para intentar que el trago no les parezca tan amargo al pensionista, al funcionario y a la persona dependiente, y quizás fruto también de un reflejo demagógico, el gobierno ha añadido que va a hacer que apechuguen «los que más tienen».