Pedro Sánchez habla desde la tribuna del Congreso. Miércoles, 6 de mayo. El presidente sabe que tiene asegurada la cuarta prórroga del estado de alarma. Que retendrá el poder omnímodo que ha venido ejerciendo desde que la pesadilla comenzó. Sabe que se ha zafado del PP, que intentó ponerle contra las cuerdas. Unas vagas promesas a Arrimadas, desesperada por evitar que su nave se hunda por completo, y un trato, uno más, con el PNV (los ‘jetzales’ siempre saben qué pedir), y listos. Casado colgando de la brocha.
Cuando llevaba un rato ante la pantalla me sorprendió, como si fuera un rayo, una imagen. Un ‘flash’ que me arrancó del tedio y la somnolencia. Se me apareció el perro de Goya. Vi al ‘Perro semihundido’, que se encuentra en el Prado. Un cuadro que ha provocado cientos de páginas y que, barruntan algunos, vaticina lo abstracto. El mismo can ante el que, según cuentan, el cardenal Joseph Alois Ratzinger no pudo más que detenerse a meditar en su visita a la pinacoteca hace justo veinte años. A quien sería Papa le deslumbró la espiritualidad espesa del can que mira al cielo.
El perro ocupaba una de las paredes de la Quinta del Sordo (una finca entonces a las afueras de Madrid, junto al Manzanares), la residencia del pintor aragonés. En el mural -la obra luego sería trasladada a lienzo- se vislumbraban al fondo una colina y dos pajaritos revoloteando, a los que parecía dirigir el cánido su mirada postrera.
¿Era el animal, que parece implorar a dios ante una muerte segura, un trasunto, en mi mente, de Sánchez, el mismo Sánchez que un rato antes aseguraba que había que elegir entre unidad (seguir mandando él) o el ‘sálvase quien pueda’? ¿O la conmoción goyesca era una secuela de la ulterior invectiva de Casado al presidente: “Cada vez tiene el agua más cerca del cuello”?
Pero el instante decisivo de esta crisis, en términos políticos, no debemos buscarlo en la sesión del miércoles 6. Ni tampoco en la declaración del primer estado de alarma. Está en la decisión de Sánchez sobre cómo iba a utilizarlo. Algo que, además, nunca se ha esforzado en disimular. “Unidad”, “todos juntos”, “el virus no entiende de territorios” -¿recuerdan?- y los uniformados parlantes. A continuación, la burda maniobra de la inhumación de los Pactos de la Moncloa, trampa de la que el PP supo librarse. Siguieron las provincias, una polvorienta red engendrada para asegurar un férreo control del territorio desde Madrid.
Detengámonos aquí un momento: ¿fue el encumbramiento de lo provincial un invento -cuyo nacimiento Goya por poco no alcanzó a ver- ignorancia o mala fe? ¿O ambas cosas? Difícil de aclarar. Podría ser ignorancia. No podemos descartar que en el ministerio de Sanidad -un ministerio vacío, un puro espectro-, al frente del cual el impertérrito Illa, nadie supiera que, por ejemplo, en Catalunya el sistema sanitario se organiza por regiones.
Nunca se ha contado con la oposición. Se la ha despreciado. Nunca se ha contado con las autonomías. Se las ha despreciado. A los presidentes de las comunidades se les comunica el domingo lo que se ha contado a la población el sábado. La ley que regula el estado de alarma es de 1981, de poco después del ‘tejerazo’. De mucho antes de que el mapa de las autonomías’ tomara cuerpo realmente. El estado de alarma es la palanca que permite la mano dura, la imposición, el ‘ordeno y mando’. El instante decisivo fue cuando Sánchez decidió que le había de servir exactamente para eso. Cuando decidió aplicar el estado de alarma en su versión primaria.
Luego está la comunicación. La comunicación más allá de los uniformes y del pobre Fernando Simón. El tono simplicísimo, infantilizado, con subrayados, de cuentacuentos: “El virus está al acecho”, va repitiendo Pedro Sánchez. Puro no decir nada, el ritmo de engranaje mecánico, los minutos escurriéndose estériles. Y lo peor: la imprecisión, los errores de bulto, las rectificaciones y contra-rectificaciones, los anuncios de última hora. La confusión.
Como antes decíamos, ‘Perro semihundido’ fue pintado por Goya sobre el yeso de una de las paredes de su casa, que contaba con planta baja y planta alta. Creó allí un puñado de murales, las llamadas Pinturas Negras. En la planta alta se hallaba también ‘Duelo a garrotazos’. Muestra lo que podríamos calificar de pelea de pobres, enteramente distinta de los duelos entre caballeros, con su escenografía y protocolos milimetrados. En los duelos a garrotazos no había reglas. Esta obra se ha interpretado como una alusión a la implacable lucha entre españoles, o sea, a lo que más modernamente se ha venido en llamar las dos Españas.