Ha cundido una cierta decepción ante la escueta referencia hecha por Felipe VI al emérito en su Mensaje de Navidad. Pero la tacañería no es para nada extraña, si uno lo piensa. El Rey es consciente de que apenas acaba de cruzar el umbral del infierno al que le arrastra su padre. Es prudente, por lo tanto, esperar. Reservar ánimo, energías y credibilidad para lo que promete ser una larga y angustiosa peripecia. Aparentemente hasta ahora solo ha trascendido una porción de los abusos de Juan Carlos I, que, recordémoslo, reinó cerca de 39 años, lo que da para mucho.
Peor que la poca dureza con su padre es la terquedad con que el jefe del Estado rechaza una y otra vez desmarcarse nítidamente de la derecha española en sus distintas y alevosas expresiones. Con ello, como ha apuntado con acierto el periodista Ignacio Escolar, consiente frívolamente que se le identifique cada vez más como el rey de la derecha.
Lo hace, asimismo, en un momento de enorme tensión, con el Gobierno de Pedro Sánchez bajo el asedio de encarnizados enemigos. De unos partidos de derechas dispuestos a todo. De unas cúpulas judiciales y policiales que pugnan por hacerle la vida imposible, mientras arrecian pronunciamientos y chats militares en que se sueña con fusilar a 26 millones de españoles. De ciertos medios de comunicación adictos a la furia y la embestida.
Con el pretexto de salvarlo del gobierno “social-comunista”, en realidad utilizan al Rey en provecho propio. ¿Por qué Felipe VI lo permite? ¿Ciego instinto de conservación? ¿Síndrome de Estocolmo? ¿Afinidad ideológica?
Tendría que darse cuenta de lo delicada y peligrosa que resulta para la monarquía y para España la situación en que se está poniendo. En realidad, a Felipe VI -no sé si es plenamente consciente de ello- le sostiene el PSOE. Mejor dicho, los que mandan en el PSOE, pues sus bases están muy divididas. Si Pedro Sánchez y los que le rodean optaran -algo que de momento no va a suceder- por dar la espalda al Rey, los actuales problemas con su liante progenitor le iban a parecer una minucia, una pura anécdota.