Salvador Illa no lo tiene tan fácil como algunos quieren creer. Los sondeos han reflejado, unos más, otros menos, que la irrupción de Illa en la carrera electoral era muy bien recibida. Pero hasta las elecciones queda un buen trecho, que se le va a hacer largo.
Le hubiera ido mucho mejor si el Govern no hubiera intentado aplazar la cita con las urnas. Que el PSC fuera el único partido en rechazar el 30 de mayo -no quería arriesgarse a que el efecto Illa se diluyera- y utilizara a alguna de sus terminales -Izquierda en Positivo- para recurrir ante el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya el aplazamiento electoral, no le ayuda. Y que el tribunal le diera la razón, tampoco.
Para Pedro Sánchez estas no son unas elecciones cualquiera, y está decidido a jugárselo todo por el todo, incluida su fértil relación con ERC. Que en plena pandemia prescinda justamente del ministro de Sanidad indica con precisión lo intenso de su afán. ¿Sería imaginable algo así si se tratara de otra autonomía?
No es de extrañar que el independentismo vea en lo que está ocurriendo una auténtica operación de Estado, en la que Sánchez pone toda la carne en el asador y la justicia vuelve a embarrar el terreno de juego. Por eso va a movilizarse con toda la fuerza de que sea capaz.
¿Qué perseguiría tal operación de Estado? Continuar laminando a un independentismo cuyos principales líderes siguen en prisión o en el extranjero. La pérdida de la mayoría absoluta independentista supondría, de producirse, otra vuelta de tuerca para arrinconar, encapsular y cronificar el conflicto político. Ortega Smith entendió a la primera de qué va el asunto y ofreció gratis sus diputados a Illa.
Como diría Miquel Iceta, ¿qué puede haber mejor que tener un presidente socialista en Barcelona y a un presidente socialista en Madrid? O, como propone Salvador Illa: ¿por qué no volvemos a la Catalunya de antes, a la Catalunya sin independentismo?
Hay un segundo tema, más obvio, que inevitablemente va a perjudicar a Illa: el de la salud, toda vez que resulta difícil de comprender que el máximo responsable político de la lucha contra el covid abandone sus responsabilidades mientras arrecia la pandemia. El tipo que nos ha venido advirtiendo un día sí y el otro también de lo difícil del momento va y se larga para ser candidato autonómico. ¿Cómo es posible?
Asimismo, y pese a que el Goven va a intentar que se pueda votar con el mínimo riesto, el peligro de ir a votar en la actual situación -algo que cualquier ciudadano entiende- va a ser un argumento utilizado contra Illa por el independentismo y por todos los demás. Van a reprocharle -con demagogia, si se quiere- que por culpa de la desaforada ambición de los socialistas muchos catalanes van a contagiarse el covid, no van a poder votar o van a acabar renunciando, por miedo, a participar en las elecciones.
Amén de desarbolar las acusaciones contra él mencionadas -y probablemente otras muchas-, para imponerse Illa debe superar dos retos más.
Uno, sumar a su causa y a la del PSC a una buena parte de los indecisos, que -se dice- son algo así como el 40% del electorado. El segundo reto, nada menor, es conseguir que los ciudadanos que querrían votarle efectivamente le voten. O sea, que participen en los comicios a pesar de todo. Recordemos que si Ciudadanos cosechó 1,1 millones de papeletas fue porque la fuerte tensión de diciembre de 2017 disparó la participación hasta superar un fenomenal 79%.
No, Salvador Illa no lo tiene tan fácil.