“En nosotros todo lo excusamos; en los prójimos, nada;
queremos vender caro y comprar barato”. San Francisco de Sales (1567-1622)
Más allá de las estrategias, de ideologías y del reparto del pastel, hay un elemento que explica por qué las negociaciones en Catalunya han discurrido por senderos tan calamitosos: lo mal que han sido conducidas. Empezando con la tontería de ERC de priorizar a la CUP y siguiendo con el ridículo de JxCat de retractarse de la promesa-amenaza de investir a Pere Aragonès aun sin pacto de gobierno. Atravesándolo todo, el factor humano. Los equipos negociadores fueron incapaces de sobreponerse a la mutua animadversión, fueron incompetentes para, por el bien del país y de ellos mismos, poner la razón y el sentido común por encima de las pulsiones tóxicas. Determinados juguetes no deberían caer en manos de según que criaturas.
Tampoco el PSC de Salvador Illa ha estado a la altura. Insistir mañana, tarde y noche en que él debería ser ‘president’ no es más que demagogia y un intento de confundir a los ciudadanos. El socialista, además, rechazó tender su mano y ofrecer sus escaños a ERC, lo que hubiera supuesto, más allá de sus posibilidades de éxito, un acto de generosidad y un gesto contra la división en la política catalana, división que dice aborrecer.
Cuando la situación había arrastrado a ERC y Junts al borde del despeñadero, Pere Aragonès y Jordi Sànchez finalmente se arremangaron, cogieron el toro por los cuernos y se embarcaron en un último y agónico cara a cara. Y, en la más pura tradición ‘procesista’, llegó la increíble pirueta final. ‘Fumata bianca’. El conejo acabó saliendo de la chistera. Pasados tres meses y con fórceps, sí, pero salió.
Para conseguirlo, es bien cierto, ERC ha tenido que rectificar una última vez –tras asegurar que no quería a JxCat en el Govern– y JxCat ha ablandado sus exigencias. La indignación expresada por el independentismo civil ante el largo y triste espectáculo y sondeos como el publicado el domingo por EL PERIÓDICO, que auguraba una caída de Junts, pueden haber ayudado.
Mientras tanto, las diferencias mayores entre Esquerra y JxCat siguen abiertas al menos en dos ámbitos, sin olvidar la discusión en curso por el reparto de las consejerías y los dineros del presupuesto. Junts sigue flirteando con el “cuanto peor mejor”, y aparentemente le importa un pepino una eventual caída del gobierno de izquierdas de Pedro Sánchez. ERC, por su lado, no disimula su distanciamiento e incluso animadversión por la figura de Carles Puigdemont, al que considera culpable de buena parte de sus males. Veremos cómo y con cuánta dificultad acaba encajando todo ello.
Más allá del relato, que cada uno alimenta y del cual es a la vez prisionero, a estas alturas de la película todos son perfectamente conscientes de al menos un par de cosas importantes. Los que más, Aragonès y Sànchez, dos tipos poco inclinados a las fantasías a las que una parte del independentismo es adicta. La primera, que poco cabe esperar de la negociación con Madrid sobre el problema político y democrático catalán. Por supuesto, Pedro Sánchez ni va a aceptar un referéndum de autodeterminación ni va a promulgar una ley para amnistiar a todo el mundo. La segunda, que, por mucho que se fuercen las palabras, por mucho que se estire el chicle de la épica y se agite el ‘no surrender’, embestir contra el Estado tiene hoy cero posibilidades de éxito. No existen las condiciones, y la relación de fuerzas es la que es. Por no mencionar que el Estado español está dispuesto a cualquier cosa, incluido, por supuesto, saltarse la sacrosanta Constitución y las leyes para detener al independentismo.
El nuevo gobierno de Catalunya tiene grandes retos por delante, que tendrían que ser casi obsesiones. El primero, demostrar que pueden gobernar unidos, lo que significa, en estas circunstancias, con la máxima cohesión y coherencia. Siendo capaces, de una vez, de enterrar el rencor bien hondo. El segundo, gobernar bien y para todos. Los partidos independentistas ya no tienen margen. No puede fallar. Han de restañar los daños provocados no solo por la legislatura pasada, sino también por el mal culebrón negociador que ahora parece finalizar. Solo así podrán recuperar la confianza de la gente, y con la confianza el prestigio. Sin eso, cualquier esfuerzo para promover la autodeterminación y la independencia será en vano, acabará convirtiéndose en un gesto estéril, si no grotesco.