Esta historia sería oro puro para la ironía de Larra o, por supuesto, el esperpento de Valle-Inclán. La obra abordaría las cosas que suceden en el interior de un gran edificio, un palacio sombrío y polvoriento, lleno a rebosar de tipos agrios y anticuados, de enchufados y parientes. Desgraciadamente, también daría para mucho en manos de Kafka, que podría componer algo siniestro, aberrante, angustioso…
El Tribunal de Cuentas, con una capacidad de punición sin igual entre los organismos europeos que pueden vagamente comparársele, fue activado en su día por el círculo próximo a Rajoy, como han confirmado algunas informaciones, para dar su merecido a los altos responsables del llamado ‘procés’. Estamos ante el tan castizo “estos se van a enterar”. El monstruo, tras recibir la orden, está arrasando con todo. En estos momentos está concentrado en la acción exterior de la Generalitat de Catalunya de los años 2011 a 2017. A lo bruto y a bulto (el monstruo es así). ¿Qué más da unos milloncejos más o menos? Al fin y al cabo, estamos hablando de independentistas…
El herrumbroso Tribunal -que no es un tribunal ni lo habitan jueces- ha visto desfilar ante sus narices los grandes escándalos, que no son pocos, que han marcado y marcan la España contemporánea. No ha movido ni una pestaña. En cambio, se ha afanado a aplastar a los independentistas, a arruinarlos a ellos y a sus familias. Venganza y escarmiento, para eso le dieron cuerda y a eso se aplica, una venganza y un escarmiento que son también un mensaje. La enorme discrecionalidad, su poder destructivo y su obediencia ciega -es un órgano secuestrado por el PP, en no pocos casos encarnado en elementos de lo más torvo- lo convierten en el arma perfecta.
Giró llega a la consejería sabiendo que algo hay que hacer. Tratar de defenderse. No comprende cómo Aragonès, presidente interino y responsable de Economía, no hizo nada, pese a que el Tribunal de Cuentas embistió antes contra los responsables de la consulta del 9-N y también del 1-O. El nuevo ‘conseller’ se pone manos a la obra: idea un artefacto legal para avalar, con el fin de ganar tiempo hasta que la justicia, la de verdad, decida. Pero no encuentra el banco necesario para hacerlo posible. Los bancarios tienen miedo. De si el mecanismo resulta desarmado jurídicamente, pero sobre todo de que todo el mundo les vea echando un cable a los independentistas. Callan y se miran las punteras de los zapatos. Nadie se presta. Finalmente, hay que recurrir al Instituto Catalán de Finanzas, en contra de lo dicho en primera instancia por el ‘conseller’ Giró. Antes, discusiones y tensiones en un Govern que, hasta ahora, las había evitado como gato escaldado.
Constató el defenestrado Ábalos que el Tribunal de Cuentas ponía “piedras en el camino” del diálogo con Catalunya. Es cierto. Como lo es que hay cosas que el Gobierno, aunque quisiera, no puede evitar. El Ejecutivo de Sánchez y Unidas Podemos no dispone de una palanca de emergencia para detener la represión practicada por el Supremo, el Constitucional, la Audiencia Nacional, un puñado de juzgados.
Las cúpulas judiciales, que orbitan alrededor del PP, han abierto hace tiempo un frente de guerra contra el Gobierno. Cuando el complot se denuncia, entonces los voceros de la derecha y la derecha extrema se acuerdan de Montesquieu (siempre se acuerdan de los padres de la democracia si les conviene): en España debe haber separación de poderes, resoplan.
Impecablemente cierto. Los poderes del Estado deben ser independientes. Deben ser independientes del Ejecutivo, del Gobierno, por supuesto. Pero también de la oposición, que en España se halla cegada por el afán de abatir, destruir, a un Gobierno al que niegan incluso la legitimidad. Tan es así que la derecha que debería ser la derecha de Gobierno, la derecha institucional, el PP, no combate sino que confraterniza con la derecha ultra. Menudos camaradas. Al mismo tiempo, un grupo de medios de Madrid, abandonando cualquier decoro deontológico, intentan ayudar en el acuchillamiento. Por descontado, que Sánchez y el independentismo dialoguen, por interés, por responsabilidad, o por lo que sea, e intercambien favores, no hace más que contribuir a excitar sus instintos ancestrales y a espolear su furia.