LAS ELECCIONES del 28 de noviembre pueden encerrar un gran potencial de cambio, de transformación del paisaje político, y no me refiero sólo al color dominante. Cabe interpretar como un claro síntoma de que algo sucede el bullicioso ajetreo que se viene viviendo entre los sectores independentistas del país y, como contrapartida, también en las filas del españolismo. Así, por un lado, compitiendo con ERC tenemos a Solidaritat y Reagrupament, liderados por Laporta y Carretero. En el otro bando, vamos a tener, PP al margen, a Ciudadanos, Progreso y Democracia y el grupo de Montserrat Nebrera. Para resumir, nos podemos fácilmente encontrar el día 28 de noviembre con los cinco partidos de siempre (CiU, PSC, ERC, PP, IC-EUiA) y con otros cinco nuevos o relativamente nuevos -Ciudadanos-, casi todos con una fuerte impronta identitaria.
¿Qué tipo de Parlamento puede salir de las próximas elecciones? ¿Un Parlamento con, pongamos, ocho o nueve formaciones distintas? ¿Un Parlamento, además, dominado por la tensión entre el independentismo y el unionismo españolista? Podría suceder. Al menos sobre el papel.
Estos interrogantes se responderían con un sí si los electores creyeran que deben acudir a las urnas con el malogrado Estatuto, la catalanidad, la españolidad, el idioma, la autodeterminación y todo lo demás en la punta de los dedos. Mi intuición (algo que desde luego no ofrece garantía alguna) me dice, sin embargo, otra cosa. Me dice que los ciudadanos de Cataluña saben que «el problema español», por llamarlo así, no va a resolverse en estas elecciones y saben que el 28 de noviembre no se vota la independencia.
Intuyo, creo, que a la hora de decidir en el ánimo de los catalanes van a pensar sobre todo la crisis económica, las estrecheces y los problemas propios y de sus allegados, la sensación de parálisis, el pesimismo que parece invadirlo todo y la plomiza mediocridad ambiental. Intuyo, creo, que el tipo de agenda que va a prevalecer va a ser esta última, pese a que son muchos los que van a empeñarse en agitar asuntos como la independencia o el miedo a la independencia. Si la agenda identitaria al final no se impone, es posible que la estabilidad y los partidos de siempre se vean favorecidos. Si, en cambio, la ola identitaria sigue ganando fuerza, probablemente la centrifugación del voto ofrezca grandes oportunidades a los pequeños partidos de uno y otro pelaje.